Al cierre del 2017 el campo mexicano generó ingresos de exportaciones por 32 mil 583 millones de dólares (MDD), lo cual convierte al sector agroalimentario en un potente generador de divisas que ya superan a las obtenidas por remesas, venta de petróleo y turismo, según datos del Sistema de Información Agroalimentaria y Pesquera (SIAP) de la SAGARPA, del año 2018.
No obstante que muchas exportaciones se realizan en forma indirecta y que corresponden a sectores de gran integración organizacional como el tequila y la cerveza, no podemos dejar de destacar la importancia de este logro que no ocurría hace décadas y el gran potencial que el campo tiene como motor del desarrollo nacional.
Las evidencias demuestran que el crecimiento agroalimentario no solo es eficaz para aliviar la pobreza rural, sino que es más eficaz que el crecimiento industrial para reducir la pobreza urbana. Así, un aumento del 10 por ciento de la productividad agrícola está asociado a aumentos de 9 a 10.2 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) per cápita. En cambio, un aumento de la productividad de las manufacturas se vincula solamente a un incremento de 1.5 a 2.6 por ciento del PIB per cápita en varios países según indica Houck, 1986 y Vollrath, 1994, citados por Muñoz y otros, 2018.
Las actividades primarias ocupan el 92 por ciento del territorio nacional y el 77 del agua dulce disponible; es la tercera fuente de ocupación y empleo de los mexicanos con el 13 por ciento de la Población Económicamente Activa. Del campo provienen los alimentos y el agua para los centros de población, de su viabilidad depende la viabilidad de las ciudades.
Todo este desconocimiento sobre la importancia del campo mexicano ha derivado en valoraciones negativas que lo han mantenido en la marginalidad presupuestal, siempre entre las últimas prioridades en los tres órdenes de gobierno, sobretodo porque las necesidades de otros sectores como los servicios públicos, infraestructura, seguridad pública y obras emblemáticas, demandan grandes cantidades de recursos.
Los principales problemas del campo son el tamaño reducido de parcelas, el incipiente desarrollo organizacional, la dependencia de lluvias en el 80 por ciento de la superficie agrícola, la avanzada edad de los campesinos y su reducida escolaridad, altos costos de insumos que derivan en altos costos de producción, problemas de aguas residuales y basura que afecta a las unidades productivas, falta de paquetes tecnológicos, bajos rendimientos, aplicación de insumos de más y trabajo innecesario, deterioro y contaminación del suelo y agua.
Asimismo, las principales necesidades de los productores son la dotación de servicios técnicos de calidad, capacitación, acompañamiento y asistencia técnica. Requieren de maquinaria, equipamiento, tecnología y financiamiento. Solo la falta de asistencia técnica provoca la pérdida anual de mil pesos por hectárea en insumos de más y trabajo innecesario, unos 20 mil millones de pesos a nivel nacional.
No obstante que la importancia del campo mexicano parece evidente y del dominio de autoridades que prometieron atender primero a los pobres, esta semana nos encontramos que el presupuesto destinado al sector agroalimentario a través de la Secretaria de Agricultura y Desarrollo Rural es de solo 49 mil millones que contrasta con los 82 mil asignados en el 2018.
Se puede observar que el campo es el gran sector sacrificado del Presupuesto de Egresos de la Federación (PEF) 2021, que no contempla apoyos para seguro catastrófico aún cuando los desastres naturales van en aumento, proyectos de mujeres rurales, comercialización agropecuaria, impulso a la ganadería, proyectos y necesidades regionales, capacitación y asesoría técnica, financiamiento agropecuario y la eliminación de 17 programas del PEF 2021.
Ahora el poder ejecutivo y el poder legislativo no pudieron apoyar a este importante sector de la economía nacional. Más bien no quisieron, tal vez porque lo consideran rico o corrupto para no cambiar el discurso sexenal.
Sus prioridades no están en los problemas nacionales; a juzgar por la orientación del presupuesto parece que las prioridades son eminentemente electorales.
Esto coincide exactamente con lo expresado por M. Olson: las naciones producen dentro de sus fronteras no aquello que la dotación de recursos permite, sino aquello que las instituciones y las políticas públicas determinan.