En días pasados, nuestra Presidenta Claudia Sheinbaum conmemoró en el Cuatro Veces Heroico Puerto de Veracruz el 170 aniversario de la promulgación de la Ley sobre Administración de Justicia y Orgánica de los Tribunales de la Nación y Territorios Federales, obra del Benemérito de las Américas, Don Benito Juárez García, conocida popularmente como la Ley Juárez.
Con esta legislación, por primera vez en nuestro marco normativo se estableció la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, suprimiendo los tribunales especiales —y los privilegios que de ellos derivaban— para clérigos y militares. Aquella disposición fue el inicio del conjunto de normas que hoy conocemos como las Leyes de Reforma.
Su importancia histórica cobra especial relevancia frente a los acontecimientos actuales, en los que no pocos reaccionarios piden —sin pudor alguno— que las fuerzas armadas de Estados Unidos invadan territorio mexicano, bajo el falso pretexto de combatir a los cárteles de la droga… cárteles que operan, en buena medida, por el flujo de armas estadounidenses y por la enorme demanda de consumo en ese mismo país.
En estos tiempos, recordar cómo la República sobrevivió a la intervención extranjera es más que un acto de memoria: es una advertencia moral y política.
El día que un jinete salvó a México
Corría el 12 de agosto de 1864. El general traidor José María Quiroga, aliado del ejército invasor de Napoleón III, había sitiado la ciudad de Monterrey, obligando al gobierno legítimo de la República a trasladarse a Monclova, Coahuila.
Pero los traidores no se conformaban con tomar la Sultana del Norte: su objetivo era capturar al presidente Juárez y a su gabinete, para asestar un golpe definitivo a la República.
Apenas custodiado por una escolta de doscientos hombres, y tras un disparo que impactó el carruaje presidencial, Juárez —consciente de la inminente derrota ante la superioridad numérica del enemigo— ordenó a un subteniente de caballería partir de inmediato hacia Saltillo para solicitar refuerzos al general Aureliano Rivera.
El joven oficial obedeció sin titubear. Cabalgó sin descanso hasta que su corcel cayó exhausto a escasos metros de la ciudad. Pero él continuó a pie, moribundo, pero firme, hasta llegar con los federales para avisar de la urgencia.
Gracias a su aviso, las tropas republicanas acudieron a tiempo, rescataron al gobierno y lograron rechazar a las fuerzas intervencionistas, obligándolas a huir. Fue una victoria decisiva para la causa nacional.
Ese soldado, cuyo nombre se perdió entre la pólvora y el olvido, es recordado sólo por el apelativo cariñoso de “Pancho”. Un humilde oficial de caballería que, con lealtad, entrega y sacrificio, salvó a la República.
Hoy, como ayer
Ante los ataques de los neoconservadores y los prointervencionistas extranjeros, conviene preguntarnos:
¿Cuántos estaríamos dispuestos a defender nuestra soberanía como lo hizo aquel jinete?
La respuesta es clara: la mayoría del pueblo de México, que acompaña la labor transformadora de nuestra Presidenta Claudia Sheinbaum y del movimiento que ella encabeza.
Que no se les olvide a los reaccionarios pro-trumpistas que a México “un soldado en cada hijo te dio”.
Veremos —y diremos— hasta dónde llegan con sus discursos de odio contra el proceso transformador de la patria.
