Cada vez que surge el nombre de Manuel Bartlett Díaz, se desatan los demonios.
La simple pronunciación de su nombre provoca sentimientos encontrados, siendo objeto, en su mayoría, de críticas acres. Es considerado uno de los hombres más preparados, conocedores de las profundidades del sistema político mexicano, pero con oscuro pasado que, algunos dicen, le han pintado.
Se han tejido y se siguen tejiendo historias, leyendas, mitos, para desprestigiarlo. Se le acusa de todo y de nada porque, hasta el momento, nadie ha demostrado su real participación en la famosa “caída del sistema” de 1988 ni en los asesinatos del Agente de la DEA Kike Camarena y del Periodista Manuel Buendía ni su supuesta protección a José Antonio Zorrilla Pérez. Recientemente, ha salido bien librado de los señalamientos de ocultar parte de su patrimonio y riqueza, siendo uno de los funcionarios de la llamada Cuarta Transformación que camina constantemente bajo la tormenta.
Siempre he dicho que Manuel Bartlett Díaz fue un buen Gobernador de Puebla y un excelente político que se ha sabido adaptar a los tiempos y las circunstancias, con muchos secretos que se llevará a la tumba o los dejará listos para la posteridad.
Es inocultable su antagonismo con Andrés Manuel López Obrador desde que éste quiso ser Gobernador de Tabasco, como también que se constituyó, por intereses mutuos, en uno de sus favoritos desde antes de ser candidato a la Presidencia de la República. Hoy, Bartlett, sigue brillando, a pesar de sus detractores. No es Secretario de Estado, pero ocupa una posición trascendente en la política obradorista, manejando la Comisión Federal de Electricidad.
¿Qué habría pasado si en ’88 Bartlett hubiera sido el elegido por Miguel de la Madrid en lugar de Carlos Salinas de Gortari, justo en plena hegemonía del PRI y sin la mentalidad del innombrable que abrió las puertas a la alternancia violentando la ley?
¿Qué hubiera pasado si de la Madrid no escucha las recomendaciones de Jorge de la Vega Domínguez y Emilio Gamboa Patrón, que eran su conciencia priista, convenciéndolo de que Salinas era la mejor opción?
Bartlett, en esos momentos, sabía demasiado; conocía como pocos la política interna y externa. Por eso Salinas lo quiso desterrar a Francia, terminando por concederle la titularidad de la SEP y a la postre el Gobierno de Puebla.
Por supuesto que otro hubiera sido el sendero caminado; lo que se ha escrito de Bartlett diferiría en mucho; Miguel de la Madrid se habría ahorrado lo que declaró en 2009: “Cometí una equivocación al haber elegido a Carlos Salinas de Gortari como sucesor en la Presidencia de la República”. Lo acusó de inmoral, de haberse robado, al menos, la mitad de la partida secreta y de haber permitido que su hermano Raúl realizara negocios indebidos en el gobierno y que recibiera dinero de narcotraficantes.
“Me siento muy decepcionado, me equivoqué. Pero, pues, en aquel entonces no tenía yo elementos de juicio sobre la moralidad de los Salinas. Me di cuenta después que es conveniente que los Presidentes estén mejor informados de la moralidad de sus colaboradores”, diría de la Madrid.
Y aunque horas después se desdijo, ya estaba dicho. Alguien o algunos lo mandaron a recomponer sus declaraciones. El paso del tiempo advierte que Miguel de la Madrid dijo la verdad.
Guste o no a sus detractores, Bartlett ha dado la cara cuando ha sido requerido contando su verdad. Sigue en activo a sus 85 años de edad. Es de esas especies de políticos difíciles de olvidar marcando una huella indeleble.
Ahora que surgió un nuevo documental de Netflix titulado, Red Privada: “Quién mató a Buendía”, dirigido por Manuel Alcalá y narrado por Daniel Giménez Cacho, el nombre de Manuel Bartlett Díaz salta a la palestra. Sin embargo, aunque se reconoce la labor de los productores, las interrogantes prevalecen, las mismas que surgieron hace casi 40 años y no han podido esclarecerse.
Los misterios siguen vivos, forman parte del documental y, quizá, antes de morir José Antonio Zorrilla Pérez, pudiera aclararlos. Nadie olvida sus palabras cuando era juzgado tras las rejas: “Yo no maté a Buendía, pero sí sé quien fue; si me tengo que comer solo el pastel, me lo como, no hablaré”.
Recluido en prisión domiciliaria desde 2013, Zorrilla, solamente representa algo para sus allegados. La historia podría olvidarlo.
Sobre la “caída del sistema” en 1988, aunque usted no lo crea, se sigue cayendo en cada elección. Nunca hay responsables y el tema pasa a formar parte de la leyenda.