La Agencia de Salud de la Organización de Naciones Unidas (ONU), advierte que muchos países han ido por el camino equivocado para contrarrestar la pandemia del COVID-19.
Nunca es tarde para recomponer, hace énfasis.
Hay ejemplos que se deben seguir en cuanto a medidas drásticas, sin importar el qué dirán y a pesar de la división de opiniones y la confrontación política que han avivado los oportunistas.
En el caso de México, lo ocurrido en Mazatlán, Sinaloa, a inicios del siglo XX, puede ser un indicativo.
Cuando se lucha por la vida, todo esfuerzo es loable.
Los brotes de Cólera Morbus, en 1849 y Fiebre Amarilla, en 1883, no fueron suficientes para los ciudadanos de Mazatlán. Continuaron con su vida de negligencia absoluta. Nunca imaginaron que la Peste Bubónica que había azotado a Europa, Asía y África, en 1347, extendiéndose su foco alarmante hasta 1351, matando a 200 millones de personas, iba a llegar al puerto mexicano el 13 de octubre de 1902, encontrando caldo de cultivo en la inmundicia en que vivían, contrastando con el progreso comercial “incomprensible” que mostraba ante los ojos de propios y extraños.
Nunca se hizo caso de la insalubridad ni de las malas costumbres ni de la falta de refuerzo al sector salud ni de la responsabilidad compartida entre gobierno y sociedad. Los mazatlecos no imaginaban que pagarían con miseria y luto su torpeza. La muerte llegaría en el barco “Curacao” procedente de San Francisco California.
La Peste Negra, como también se le conoce, empezó a causar estragos que fueron minimizados por ignorancia, irresponsabilidad, incredulidad y por negarse a aceptar la triste realidad. Gobernaba el país en ese entonces Porfirio Díaz Mori, quien se hizo cargo a través del Consejo Superior de Salubridad dirigido por Eduardo Liceaga, considerado por muchos, el mejor Higienista de México.
A los 7 días del primer brote, se desencadenó la epidemia incontrolable. La historia universal, enmarcada en 1347, no la conocían, de tal modo que el Prefecto de la ciudad, Doctor Leopoldo Ortega, dijo que era uno de los rostros de paludismo provocado por la insalubridad, agua estancada en las calles y la contaminación de pozos. Casi la misma estupidez que en el medioevo.
De acuerdo a las crónicas históricas, fue el Doctor Martiniano Carvajal, una eminencia en medicina, valeroso y con un amplio sentido común, quien puso el remedio con la autorización expresa de Porfirio Díaz y la dirección de Liceaga, ordenando medidas duras que dolerían y hasta causar acusaciones de imponer una dictadura y maltrato a la población. De cualquier forma, en esos momentos, el Presidente de la República ya cargaba con esos calificativos.
Estableció un decálogo para controlar la peste y erradicarla del puerto:
1.- Inspección domiciliaria casa por casa para detectar enfermos.
2.- Aislamiento rigoroso de los enfermos en centros de confinamiento.
3.- Desinfección cuidadosa de habitaciones, ropa de uso, cama y enseres domésticos.
4.- Extermino de ratas, ratones y pulgas. (Se pagaba 5 centavos por cada rata muerta), aniquilándose en 2 meses de ese año 29,608.
5.- Prohibición de salir y entrar a la ciudad sin el previo reconocimiento médico y la cuarentena obligada.
6.- Prohibición del libre tránsito por los esteros.
7.- La cremación estricta de toda la basura.
8.- La supervisión de que la comunidad mantuviera un aseo riguroso, haciéndose énfasis en las mujeres que eran más susceptibles a contagiarse por no usar calzoncillos.
9.- Incineración de casas que no fueran susceptibles a desinfección apropiada, quemándose, durante la epidemia, 1052 de las 4853 que existían en el casco urbano.
10.- Enterrar los cadáveres amortajados en una sábana empapada con una solución de bicloruro de mercurio y su depósito en fosa profunda entre dos capas de cal viva.
No hubo una labor de limpieza parcial, sino una desinfección profunda.
Hoy, como ayer, parte de la población esparció el rumor de que en los centros de aislamiento mataban a la gente y que las vacunas con la solución Haffkine y el suero hiperinmune de Yersin eran aceleradores de la enfermedad, es decir, venenos disfrazados para que los contagiados murieran con mayor rapidez.
La lucha de ayer, como ahora, no sólo era contra el virus, sino contra la ignorancia y la mala fe. En estos momentos hay que sumar la ambición por el poder, atacando un día sí y otro también al Presidente Andrés Manuel López Obrador, a los Gobernadores emanados de MORENA y a todo lo que huela a la llamada Cuarta Transformación.
México, el país, convivirá durante mucho tiempo con el Coronavirus.
No sé a qué se refieran con “nueva normalidad”. Lo que sí sé es que entre la gente debe aflorar la verdadera cultura de cooperación, unidad y solidaridad para enfrentar este tipo de problemas, antes que pensar en el beneficio propio o de grupos políticos que aprovechan el caos para adueñarse de la República.
Sinaloa, actualmente, es uno de los Estados donde existe el toque de queda como una de tantas medidas que desactiven el COVID-19. Lo extraño es que no lo decretó el Gobernador, pero es una medida extrema que está dando resultados.
Lo sucedido en Mazatlán en 1902 a 1905, también observa el interés político, como lo demuestran los hecho: Si bien Porfirio Díaz fue parte relevante en la contención de la Peste y de otras epidemias, impidiendo con los mejores médicos de la época la propagación a toda la nación, lo que hubiera sido catastrófico, permitió que una de sus calles llevara su nombre, pero al ser derrocado se le cambió por el de Aquiles Serdán.
Díaz Mori, fue parte de una ambivalencia, entre ser temido y respetado. Fueron varias las epidemias que sorteó con éxito en su gobierno; como igual fue su administración entre el desarrollo minoritario y el estancamiento mayoritario, la dictadura y democracia. El costo fue su destierro (¿justo o injusto?) hasta el día de hoy en el cementerio de Montparnasse.
directorabcd_reflexiones@yahoo.com