Río Mixteco y Puyacatengo, lecciones de vida 

Diario ABC Puebla

Dos ríos han sido determinantes en mi vida: el Mixteco, en Puebla, que me dio alimentos, aprendizajes y lecciones que me han servido en la toma de decisiones; y el Puyacatengo, en Tabasco, que me perdonó la vida en 1983 cuando en un lance de audacia, lo crucé nadando abajo de la cascada frente a la Unidad Regional Académica Sureste de la Universidad Autónoma Chapingo (UACH). 

Hay quien ve los ríos como obstáculos que impiden el viaje, el comercio o visitar a sus familiares y amigos. Otros, los ven como límites de territorios, comunidades, países, vías de navegación, transporte de materias primas. Son una gran fuente de agua y riqueza, en sus márgenes se han desarrollado las más grandes culturas y miles de centros poblacionales. Para mí, son una gran fuente de riqueza, energía, alimentos, lecciones de vida y sabiduría.  

En Xantoxtla, Tecomatlán, el río Mixteco me dio agua durante la infancia.  La tomábamos de la corriente y la acarreábamos en cántaros, filtrábamos con una manta y se guardaba en una tinaja de barro. En el campo regamos maíz, frijol, calabaza, sandía, melón, mango, papaya, mamey, guaje y zapote negro. Nos bañamos adentro del cauce. Aprendí a pescar con anzuelo el pez bagre del Balsas. El ganado bebía directo en el río. Este río me enseñó grandes lecciones de vida.  

Aquí aprendí que cuando no hay otras fuentes de energía, la fuerza del agua se puede utilizar para mover máquinas como molinos de granos o la noria mixteca, que es una rueda de la fortuna hecha de varas insertadas a un tronco giratorio, a las que se ponían cubetas o cántaros periféricos movidos por la fuerza del río para subir el agua a canoas y llevarla al terreno de cultivo. Se usaron antes de la llegada de bombas de gasolina o motores eléctricos.  

El río era muy abundante en pescado bagre y mojarra. También había camarón de río. Muchas familias obtenían alimento e ingreso de la pesca. Cada año en las primeras lluvias el río “mataba”, aturdía a los peces durante 30 minutos, se concentraban en las orillas donde eran capturados. La falta de capacitación los llevó a utilizar artes de pesca inadecuadas como legías, descargas eléctricas, o pólvora, que matan masivamente los peces.  

Dos grandes lecciones de vida obtuve del río Mixteco, en Xantoxotla, Tecomatlán.  

Nunca menosprecies nada. Lo aprendí en una jornada dominguera de pesca en la que, a los 30 segundos de haber lanzado mi anzuelo, saqué una mojarrita de 40 gramos cuando en días anteriores había pescado un bagre de 7 kilos. La desgarré con enojo y la aventé al río, con muy mala actitud. Y ya no pesqué nada en las 5 horas siguientes, sólo insolación, sed y hambre. Nunca menosprecies nada, una gran lección a los 8 años de edad. 

En otra ocasión, en el mismo año, había pescado durante 10 días seguidos, peces de diferente tamaño, lo que hizo creerme el mejor pescador del mundo. La tarde del día 10 le dije y prometí a mi mamá como 4 veces, en intervalos de media hora “maña traigo otro pescado, cómo lo vas a preparar, en qué olla lo vas a cocer”. Y me respondió: “primero tráelo, ya veré, no estés molestando”; y la última vez me dijo: “ya duérmete, ya Dios dirá”.  Al amanecer me levanté y me fui al río a ver mi anzuelo. El único día que lo prometí, no tuvo nada. Allí aprendí que “nada es tuyo hasta que no lo tienes en la mano”. Desde entonces y como creyente, todo es “primero Dios”.   

El río Puyacatengo, en Teapa, Tabasco, me perdonó la vida en 1983. Y me enseñó el valor de la perseverancia, la toma de decisiones en milésimas de segundo y a refirmar la determinación para lograr metas.  

Cuando llegué a Chapingo en 1975, nunca había estado en una alberca. Una mañana de 1976 fui a la alberca semiolímpica que allí existe. Me aventé como a la mitad y por poco me ahogo. No sabía nadar y desconocía que tenía desnivel. Salí con gran esfuerzo y ya no lo volví a intentar. Anduve convencido de que no podría nadar. 

Pero en 1983 ya como profesor de la UACH, me tocó atender los viajes de estudio de los estudiantes de zootecnia a Tabasco, en la sede del Centro Regional Universitario de San José Puyacatengo. En un día de descanso me fui al río. Me quedé en la orilla, aprendiendo a flotar y luego a avanzar, sin la más mínima técnica. Cuando ya podía flotar y avanzar, decidí cruzar el río. Serían aproximadamente 14 metros de ancho y 4 de profundidad en lo más hondo. Quería convencerme de que sí podía nadar. No había testigos, era una prueba contra mí.  

Inicié el nado y cuando iba como a la mitad empecé a ponerme nervioso y a cansarme. Ahí valoré que regresar o seguir daba lo mismo en distancia y esfuerzo, pero regresar significaría confirmar que no podría. Decidí avanzar y logré salir unos 15 metros más abajo de lo planeado. Descansé 10 min y me puse a nadar de regreso. Nunca más volví a nadar así, la natación no era lo mío.  

Solo quería eliminar de la mente un intento fallido para que ya no formara parte de otros, que con el paso del tiempo van limitando tu capacidad de intentar y arriesgar. Con ese logro me liberé de varios miedos.  

Lo digo con humildad, en esto no se puede ni debe presumir. Si algo no resultó, si algo no se logró, vuelve a intentarlo lo más pronto.  Nunca se pierde porque siempre se aprende. Las lecciones de estos grandes ríos me han permitido ser mejor. 

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