“El músculo duerme, la ambición trabaja”…es una estrofa intermedia de las coplas de Carlos Gardel que entonaba en el tango “Silencio”, que podría traducirse en que nadie descansa a pesar de las calamidades. Los anhelos por destrozar al enemigo para alcanzar el poder político y satisfacer ambiciones, es más grande que la triste realidad que dibujan el hambre, la pobreza y el verdugo silencioso que marcha en pestes letales.
En México, los políticos de todos los Partidos se atizan con fiereza. Sus militantes luchan unos contra otros y hasta entre ellos mismos.
Una parte de los empresarios y Periodistas le reclaman al Presidente Andrés Manuel López Obrador por hacerlos a un lado de los grandes negocios, al mismo tiempo que lo culpan de la crisis económica, la caída del peso y el petróleo; el desempleo y del resultado final de la pandemia que entierra principalmente a viejos y pobres, como si el coronavirus fuera selectivo.
Volver a los antiguos moldes del sistema mexicano y adueñarse del Anáhuac es la consigna.
Otro segmento empresarial presiona para que las actividades se reanuden y que muera el que tenga que morir. Es decir, que cada quien se rasque con sus propias uñas, como si los más necesitados no lo estuvieran haciendo, porque son ellos los que están en las calles buscando el pan diario, sin pensar que la muerte casi se huele por doquiera que vayan.
Pareciera que los empresarios saben que los adultos mayores de más de 60 años y los enfermos crónicos son los sentenciados a muerte.
Al mismo tiempo, suben los precios en la canasta básica y hasta en las tortillas.
Es una mentada de madre ir a un centro comercial y ver el alza al huevo, pan, carne, frutas, azúcar, papel higiénico, jabón, alcohol, gel antibacterial, agua, verduras. Y todavía los empresarios se atreven a pedir incentivos fiscales, mientras sangran al pueblo necesitado que envuelve sus propios productos ante la ausencia de “cerillitos” que fueron despedidos.
Ya no regalan bolsas, ahora las fabrican y las venden los mismos centros comerciales, a pesar de ser desechables.
En los hospitales privados un estudio para detectar el Coronavirus cuesta 7 mil pesos. Inalcanzable para los jodidos, al igual que los servicios de salud públicos que están saturados.
¿Dónde está la inspección y castigo para los especuladores, los hambreadores?
En Estados Unidos, el Presidente Donald Trump sigue catalogando en sus discursos al Coronavirus como la pandemia china, abriendo más las grietas del odio en el continente asiático.
Hoy, en el corazón norteamericano, murió un joven de 17 años por un choque hipovolémico, lo que haría dudar de la epidemia selectiva. El caso es raro, muy raro.
El panorama es sombrío para la mayoría, no para todos.
Aún no se alcanzan los niveles de pandemias que han azotado al mundo a través de los tiempos; nadie sabe en qué desembocará la pesadilla. La ciencia y la fe van otra vez de la mano, aunque una niegue a la otra.
La crisis que se avecina, después del azote pandémico, imposible negarla. Y lamentablemente es casi imposible, en los países donde abunda la pobreza, paralizar las actividades. O se muere por contagio o por hambre.
¿Solidaridad?
¿Con qué se come eso?
Es poca, muy poca la que los afortunados pueden saborear.
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