I
La separación de los padres también da frío, carcome hasta la médula si eres infante.
Tratas de explicar lo que no alcanzas a entender, pero los pensamientos a corta edad –capaces de imaginar portentos–, no desentrañan el absurdo mundo de los adultos.
Esos años, los de la infancia en abandono, marcan por el resto de la vida.
Todos saben que esas huellas de la desolación calan hasta al niño interno.
II
Son años en los que la instrucción básica es sarape raquítico, casi como ahora.
Ella no tuvo lo suficiente para ir a la escuela, apenas sabe leer, escribir y las operaciones básicas.
Pese al abandono, el maltrato, la explotación, no abdica con ser “alguien” algún día. Eso le da fuerza.
Por ahora, respira trabajosamente, tiene sed, pero sigue caminando bajo el sol, lleva un rollo de petates recién tejidos. La espalda le duele, es por la carga a cuestas.
—La vida es dura, piensa.
II
Despierta con los primeros cantos de los gallos.
Cinco de la mañana en punto y el tiempo no perdona distracción alguna.
Cuatro hijos y uno más en camino.
Llevar el nixtamal al molino, regresar a cocinar tortillas a mano.
—La vida es dura, piensa.
Con cada paso sigue soñando, su ilusión es que sus hijos sean “personas de bien”, aunque ella no haya podido ser maestra.
Ahora tiene la familia que no tuvo en la infancia y eso, piensa, valió todo sacrificio; no hay nada que lo compre.
III
Se equivocan las personas que piensan que cuando los hijos son mayores los padres descansan.
Ciertas obligaciones y compromisos desaparecen, pero surgen otros.
La cabeza encanecida cuenta los minutos –como lo hacía con las tramas de palma tejida–, hasta que sus ocho hijos están a cubierto.
Mira al infinito como si desde ahí viera a todos sus vástagos, pero la mente no da para tanto; se conforma con rezar por el bien del clan, y de que Dios —ese ser superior que muchas veces al parecer no escuchó sus rezos cuando pidió que su esposo dejara el alcohol— proteja a su prole con su santísimo manto.
IV
mi madre decía convencida / frente a la taza de té con galletas en forma de fauna / que era preferible un hogar con amor que con dinero / y la ropa del hermano mayor pasaba al menor / los parches eran constante en las descoloridas prendas / los hoyos en los calcetines eran moda / los techos de lámina volvían ensordecedora cualquier lluvia / yo miraba con la inocencia de un niño / nunca cuestioné su sabiduría / solo miraba / miraba y era feliz / televisión en blanco y negro / el mundo concentrado en mi barrio / un balón de cuero tieso que en cada patada provocaba ardor / ¡pobres porteros a mano limpia! / mi madre hablaba / transmitía el talante de su sentir / de lo transitable de sus miedos y de sus mínimas victorias / hablaba de las bondades del estudio / de las bendiciones de la vida honesta / mientras multiplicaba sopa / hacía rendir frutas e incubaba sueños / sin internet y sin teléfonos móviles / desarrollaba su intuición para multiplicarse / para estar un poco con todos mis hermanos / la vida se le iba escapando por los dedos / y no se daba cuenta / solo vivía / vivía en cada uno de sus hijos / las cosas no han cambiado mucho / la apariencia ¡la tiránica vaina! / porque ella a veces sigue diciendo / que “es preferible un hogar con amor que con dinero” / solo que ahora lo dice por mi garganta (Continuidad. APR. Noviembre, 2023)
Abel Pérez Rojas (abelpr5@hotmail.com) es escritor y educador permanente. Dirige: Sabersinfin.com #abelperezrojaspoeta