Luz verde a las drogas
Si no puedes con tu enemigo únete a él, dice un conocido refrán. Y ni en México, ni en los Estados Unidos, ni en Europa, y casi nos atreveríamos a decir que ni en el mundo, los gobiernos han podido acabar con esa terrible lacra que agobia a sus respectivos pueblos.
En Estados Unidos, la nación que va a la cabeza del planeta casi en todas las materias, el presidente Richard M. Nixon declaró la guerra, en 1980 a las sustancias tóxicas que tanto perjudican lo mismo al hombre que a la sociedad.
El resultado de esa medida tan razonable ha sido negativo. Y el mal se extiende al mundo entero porque hombres y mujeres no entienden que el mayor tesoro que puede tener un ser humano es la salud, misma a la que las drogas atacan sin piedad.
Por desgracia, México no podía ser la excepción entre los pueblos de la tierra y ya tenemos ese mal que avanza sin enemigo al frente. Y se comienza por ir legalizando poco a poco la mariguana o canabis índica, planta que se puede cultivar hasta en los maceteros dentro de una casa.
En este caso el sistema se juega las contras porque gasta miles de millones anualmente en resguardar la salud de los 135 millones de mexicanos y pronto tendrá que elevar el presupuesto que ejercen la Secretaría de Salud y otras dependencias para enfrentar los males que el uso recreativo y lúdico de esa sustancia maléfica.
Los partidarios de dentro y fuera del gobierno de que se legalice su uso generalizado, no se dan cuenta de que están abriendo las puertas no sólo a la siniestra hierba sino, por extensión lógica a todas las drogas.
Esto se debe a que el principal argumento liberador de la prohibición del consumo de la mariguana está basado en la declaración de los Derechos del Hombre, iniciativa surgida como resultado de la Revolución Francesa que, reforzada por la doctrina del Libre Albedrío, que permiten que cada hombre y cada mujer hagan con su vida y con su cuerpo lo que les dé la gana, con la única prohibición de no causar daños o perjuicios a otras personas o cualquier institución de carácter social.
Entonces, por extensión lógica, ese mismo pensamiento puede aplicarse a todas las demás drogas. Si se aprueba una, se debe hacer lo mismo con todas las demás para darles un trato similar, porque no se puede autorizar una cosa sin hacer lo mismo con sus similares. No faltaba más.
Y como no puede discriminarse a la mujer, y después a los niños para no hacer menos a nadie. No importa que la salud pública se vaya por un caño. No se debe hacer menos a nadie.
Pero el caso siguiente es que alguien, tal vez el gobierno, tal vez la sociedad directamente, deberán malgastar miles y miles de millones de pesos, dólares, libras esterlinas, kopeks, etcétera.
Y esto es injusto, porque así como la persona humana tiene el derecho a jugar con su salud, debe ser ella o la familia, la que corra con el gasto de su curación, porque ha sido consumidor el que se ha buscado, a sabiendas, un grave mal. No queda más remedio que decir; “el que se queme, que sople”.
Podría ponerse en uso un lema de los viciosos: “mariguanos del mundo uníos. Nada tenéis que perder salvo vuestra salud y, en cambio, un mundo que ganar”.