Los abogados jugamos un papel muy importante en las sociedades modernas. Podemos ser jueces, fiscales, servidores públicos, políticos, en fin, hacemos de todo. El problema más grande en la capacidad de hacer todo y nada al mismo tiempo, pues muchos puestos públicos requieren ser licenciado en derecho, aunque la abogacía sea una de las profesiones más anquilosadas hoy en día. Nuestra sociedad necesita otro tipo de educación jurídica.
La mayoría de las escuelas de derecho tiene un modelo de educación bancaria, es decir: el profesor transmite su conocimiento a los alumnos y, la mayoría de las veces, ese conocimiento viene de un libro de más de 300 hojas que se debe memorizar el alumno. Aquí, no hay una intención por tirar a los clásicos, sino, de darle una oportunidad a todo lo nuevo, tanto en literatura como en esquemas de aprendizaje.
La abogacía peca de formalista en la educación hasta en la vestimenta. Recuerdo profesores que pedían que los y las alumnas tuviéramos cierta vestimenta en clase y más en el examen final. Una cuestión francamente para morirse de risa ahora que hoy en día me doy cuenta. Sin embargo, así fue y así es en ciertas escuelas. Ahora me preguntó: ¿La ropa que tiene que ver con la educación? .
Por último, está el problema de entender la educación como un negocio. Sin duda, no hay nada de malo en obtener una ganancia grande o pequeña por brindar un servicio, el problema está en la clase de educación que se ofrece. Cada día es más grande la oferta de servicios educativos y es más pobre la calidad de estos servicios. Las escuelas de abogados crecen como hongos y no hay nada que valide la calidad de éstas, se necesita una revisión sobre este tema. No existe control sobre la calidad de profesionistas que hay en el mercado ni las escuelas que les permitieron ejercer. Ojalá que el gremio haga una revisión del tema educativo y repensemos la regulación para poner una escuela de derecho y la abogacía en sí.