Para Adriana y Jorge por su ayuda.
Ayudar es prestar apoyo y auxilio a alguien, al otro, a los otros, a veces a sí mismo cuando desde sí nos observamos fuera de sí.
Ayuda quien puede hacerlo, quien tiene fuerza y potencia para hacerlo.
No es fortuito que la palabra ayudar “se asocia con la raíz indoeuropea yeu, fuerza juvenil, que da yuda en sánscrito, jaunas en lituano, youth, young en inglés” (Ayudar. Etimologías.deChile.net)
No se suple al otro cuando se ayuda, es más, quien ayuda sabiamente lo hace en el momento oportuno. No antes, no después.
Quien piensa que solo se ayuda con dinero está equivocado.
Un consejo profundo, mesurado, valiente, puede más que una chequera abierta.
Nada descarta a nada.
Ni unas palabras de aliento demeritan un apoyo económico ni un vaso con agua para el sediento es simpleza.
Ahora que en el último año he viajado lo que no había hecho en varios años lo compruebo.
A veces una situación cotidiana, sencilla encierra dificultad para el foráneo, más cuando se es extranjero.
Hace unas semanas les hablé de Patricio, el humilde taxista chileno quien me auxilió a las afueras de Graneros, constituyéndose en su momento en un ángel de la guarda de carne y hueso.
Ahora quiero referirme —a manera de agradecimiento—, a la escritora mexicana avecindada en Buenos Aires, Adriana Terán.
Previo a la gira literaria que realicé hace unas semanas por Argentina, Adriana me envío algunos mensajes para ponerse a la orden en caso de que se me ofreciera algo y quizá, la oportunidad de saludarnos en la capital argentina.
Cruzamos datos y acordamos saludarnos un día después de mi participación en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.
Todo iba conforme a lo planeado, hasta que una muy fuerte gripa me golpeó con todo.
Como pude cumplí con mi exposición en la Biblioteca del Congreso de la Nación y abusé de mi energía, porque no obstante mi estado de salud, fui a departir unos minutos con mis queridos colegas en el legendario Café Tortoni, porque ¿cómo ausentarse a una tertulia poética tetranacional en el lugar donde han transitado Premios Nobel de Literatura?
Llegué al hotel sin voz, con fiebre y con una tos terrible.
Mi estado de salud deplorable y enfrente los únicos dos días de asueto que había dispuesto de toda la gira para conocer la ciudad bonaerense.
Fueron dos días en cama.
Mejoró un poco mi salud gracias a la atención telefónica del seguro médico que contraté para el viaje.
La habitación del hotel se vencía a las diez de la mañana y mi vuelo salía rumbo a México a las doce la noche del último día en territorio argentino.
Poco más de doce horas en las que tendría que ir a algún lugar a ver el transitar del reloj, porque me sentía verdaderamente mal.
Además del tiempo tenía que lidiar con los vientos cambiantes de la hermosa capital que no en balde se llama Buenos Aires, con la calefacción que usan en casi todos los negocios de la ciudad y creo que del país, amén de que me había excedido de los gastos planificados y tenía que ahorrar.
Adriana, quien unos días antes ya me había dado muestras de su amistad al cederme una entrevista en la radio de frecuencia modulada de aquel país hermano, se ofreció a llevarme a la casa en la que vive junto a su esposo, para que pudiera reposar el tiempo que fuera necesario antes de emprender el regreso.
Acompañada de su marido, Adriana, quien en el 2019 y 2021 ganó el Premio Gran Mujer de México, me recibió en el hogar familiar con té y miel que me supo a gloria.
Preparó algo para almorzar y de inmediato experimenté la dimensión del cariño y afecto de una madre mexicana.
Experimenté a mi país gracias a las atenciones de una mujer a quien solo había saludado un par de ocasiones en encuentros literarios efectuados en Cuernavaca, Morelos, gracias a los buenos oficios de mi amiga Roxana Zubieta.
Jorge, el compañero de Adriana, es un hombre bueno y sabio.
Le agradecí la atención de abrirme las puertas de su casa, él me respondió que si eso le hacía feliz a su esposa, eso le hacía sentir bien a él.
¡Uf, cuánta madurez de Jorge en esa respuesta tan sencilla!
Reposé, comí, tomé mucha agua, té y medicamentos en las horas posteriores.
Dormí, dormí y volví a dormir.
Unas horas antes de la partida de mi vuelo, Adriana y Jorge me llevaron al aeropuerto.
En la puerta del aeropuerto me sentía mejor, pero en deuda.
Físicamente me sentía muy repuesto, pero con débito hacia mis protectores y amigos, por la ayuda oportuna recibida en el momento preciso.
De no haberme ayudado como lo hicieron, no sé cómo hubiera tolerado las poco más de nueve horas de vuelo en un asiento estrecho e incómodo.
Dentro del aeropuerto empecé a maquinar este artículo como una huella de lo sucedido y como muestra de agradecimiento público a Adriana y a Jorge.
Ya en territorio mexicano me sentí mejor, pero todavía pasé unos días en cama, la extenuante gira por Argentina, la ceniza del volcán Popocatépetl y la altura me pasaron una factura de las que hay que saldar sí o sí.
Los días han pasado.
Se han vuelto un par de semanas los días acumulados.
Lo que sigue fresco en mí es la gran lección que la pareja me dio, así la sintetizo y se las comparto:
“La ayuda vale doble cuando más se necesita”.
Es oro darse cuenta.
Abel Pérez Rojas (abelpr5@hotmail.com) es escritor y educador permanente. Dirige: Sabersinfin.com