Archivo del crimen.
Luis Enrique Quintero
De nuestro propio “Archivo del Crimen” presentamos hoy el linchamiento de trabajadores de la Universidad Autónoma de Puebla (UAP), registrado en una junta auxiliar del municipio de Puebla hace 52 años, la noche de un 14 de septiembre de aquel tormentoso 1968: Infernal noche en Canoa.
Si existe el infierno debe ser muy parecido a lo que sufrieron cinco empleados administrativos de la Universidad Autónoma de Puebla y otras personas la noche del 14 de septiembre de 1968 en el olvidado y peligroso pueblo de San Miguel Canoa, negro escenario de uno de los hechos criminales más bestiales y vergonzosos que se recuerden y que, sin embargo, a pesar de haber sido un caso muy escandaloso del que después se escribieron libros y se filmaron películas, quedó hundido en la impunidad por la nula sensibilidad de las autoridades que en ese entonces estaban muy ocupadas con la organización de los juegos olímpicos y por la matanza de estudiantes en Tlatelolco, el 2 de octubre de ese tormentoso 1968.
Una multitud enardecida compuesta por cientos de hombres y mujeres, fanáticos religiosos, pero sobre todo ignorantes e inhumanos campesinos, que fueron incitados por el párroco y por algunos líderes, lincharon a los trabajadores que tenían planeada una excursión a La Malintzi, y a otros hombres vecinos de la misma comunidad, pues creían erróneamente que los universitarios eran temibles ladrones de ganado y peligrosos comunistas. El saldo: cuatro personas asesinadas de manera brutal y al menos cinco heridos graves que milagrosamente sobrevivieron para contarlo.
Con machetes, palos, piedras, fusiles y filosas herramientas para trabajar el campo fueron asesinados los jóvenes empleados de la UAP: Jesús Carrillo Sánchez y Ramón Gutiérrez Calvario, así como un vecino de nombre Lucas García García, quien les había dado posada, pues hasta la mañana siguiente saldrían a conquistar la montaña. También fue asesinado su pariente Odilón Sánchez Islas, quien estaba de visita para celebrar las fiestas patrias.
Las víctimas quedaron irreconocibles por los machetazos que recibieron en el rostro. Sus cuerpos fueron destrozados por la turba que no paró de atacarlos hasta que llegó la policía y el ejército para restablecer el orden y rescatar a los heridos que horas después fueron traídos a la capital poblana, a diferentes hospitales donde lograron recuperarse.
Esos sobrevivientes universitarios fueron: Miguel Flores Cruz, de 22 años de edad, Juan González Báez, de 26 y Roberto Rojano Aguirre, de 24. También se salvaron la esposa de Lucas García, María Tomasa Arce García; los hermanos de Lucas; Juan y Pedro García García y sus sobrinas Angeles y Josefina Sánchez García, también de visita para dar el “grito” de Independencia…y vaya que lo dieron. Logró vivir también el encargado de la caseta de teléfonos de Canoa, Pascual Pérez.
Mientras tanto, no se tenía conocimiento de que el gobernador Aarón Merino Fernández, hiciera una condena pública de los hechos y menos aún que girara órdenes enérgicas de que se capturara a los responsables, empezando por el sacerdote, como presunto autor intelectual de la masacre.
Por el contrario, la atención de Merino Fernández estaba enfocada en los juegos olímpicos que serían inaugurados unos días después, el 12 de octubre, para lo que presumía el nuevo y espectacular estadio Cuauhtémoc que en su tiempo era llamado el “coloso” y era un reto llenarlo, donde se desarrollarían varias competencias deportivas e inclusive se habían destinado 300 autobuses para que transportara gratuitamente al público poblano.
Al día siguiente, la noticia se publicó sólo en dos periódicos, uno nacional y otro local: Excélsior y La Opinión. Los periódicos de la cadena García Valseca (los soles) le dieron un tibio seguimiento e inclusive sus directivos y reporteros fueron insultados por los familiares de las víctimas. Aún peor actuó el gobierno estatal y la cadena periodística cinco meses después, concretamente el 15 de febrero de 1969, respecto a la matanza de campesinos de Huehuetlán El Chico, de la que hablaremos muy pronto.
Todo empezó la tarde de aquel fatídico 14 de septiembre cuando los empleados universitarios iniciaron su excursión rumbo a La Malintzi, para lo cual pasaron primero por San Miguel Canoa que es una junta auxiliar del municipio de Puebla, ubicada en la parte norte, muy cerca de la ciudad.
Poco antes de anochecer, los empleados de la UAP ya se encontraban en Canoa cuando empezó un fuerte aguacero que los obligó a refugiarse en una tienda, además de que presentían que estaban a punto de vivir la noche más infernal para cualquier persona, por lo que incluso pensaron en regresar, pero al final decidieron quedarse y se dirigieron al templo del pueblo para pedir posada, pero el cura los corrió inmediatamente.
Ahí cerca platicaron con un joven que se ofreció a presentarlos con su hermano para que les diera asilo en su jacal, lo cual fue aceptado por el jefe de familia que se encontraba muy contento por la presencia de su esposa, sus hijos y la llegada de amigos y familiares para pasar las fiestas patrias.
Estaban comiendo unas frutas que se producen en la región cuando de pronto empezaron a escuchar, a través de un alta voz, que hombres y mujeres llamaban al pueblo a reunirse en el centro para enfrentar a unos comunistas que habían asaltado la tienda, que iban a robarles sus animales y que pretendían colocar una bandera rojinegra en la torre de la iglesia.
Aseguran que llegaron a ser hasta mil hombres y mujeres enardecidos que se dirigieron a la casa en cuestión en donde derribaron la puerta, con la intención de linchar a los extraños. En la entrada, el dueño de la vivienda intentó explicarles que estaban equivocados pues se trataba de unos obreros, pero no le hicieron caso y al primero que mataron fue a él y luego a un pariente que laboraba en una de las villas olímpicas en la ciudad de México.
Al ver esto, dos de los trabajadores de la UAP salieron corriendo con la esperanza de escapar de la muerte, pero a no más de cincuenta metros fueron atrapados por la gente que los destrozó con todo tipo de armas, pero principalmente con machetes.
A los tres restantes los golpearon salvajemente y luego los ataron para arrastrarlos hasta el centro de la comunidad en donde los sometieron a “juicio público” en el que fueron encontrados culpables de “comunismo” y robo. Fue algo horrendo, como efectivamente se observa en la película “Canoa, historia de un hecho vergonzoso”, filmada tiempo después.
Uno de los sobrevivientes relató desde una cama del Hospital Guadalupe de Puebla, que fue un verdadero infierno. “Salvé mi vida porque me hice el muerto. Un campesino me dio una patada para moverme y luego exclamó que yo ya estaba frío, sin embargo, me propinó un último machetazo en la parte trasera de uno de los oídos, pero a pesar de que sentí morirme, no me moví”.
La mañana del 16 de septiembre, los ataúdes de tres de los cuatro muertos fueron cargados por familiares y amigos que caminaron sobre las principales calles del centro de la ciudad, exigiendo justicia. Al mismo tiempo se desarrollaba el desfile conmemorativo de la independencia de México, que tuvo que ser desviado sobre la calle 16 de Septiembre y dejar libre la calle 3 oriente, desde el Zócalo hasta el Paseo Bravo, para el paso del cortejo fúnebre.
En Puebla, la gente estaba ansiosa por el inicio de los juegos olímpicos y por la inauguración del estadio Cuauhtémoc, mientras que los políticos priistas y la CTM postulaban, la noche de l8 de septiembre, a Carlos Arruti como candidato a la presidencia municipal, llevando como suplente a Carlos Fabre del Rivero, quienes hicieron polvo –como siempre ocurría anteriormente- al panista Carlos Mastreta Arista, quien le dio un toque de “democracia” al proceso electoral.
La misma noche del 18 de septiembre, el ejército mexicano irrumpía en las instalaciones de Ciudad Universitaria, en la capital del país, donde desalojaron a cerca de 700 estudiantes y padres de familia que mantenían ocupado el campus universitario, en contra del gobierno federal. Muchos de esos estudiantes serían asesinados días después, el 2 de octubre que “no se olvida”.
Todo esto, pero sobre todo la matanza de Tlatelolco, menos de un mes después de los hechos de Canoa, le restaron importancia al espeluznante caso que aún hoy sigue siendo una gran vergüenza y motivo de indignación y tristeza, por lo que es inevitable su aparición en el Archivo del Crimen.