En la pluma de: Valentina Ramírez
Los años 50 eran, aparentemente tranquilos. La tasa de homicidios general en EE. UU. en aquel entonces era de aproximadamente 5 por cada 100,000 personas, según el sitio web de Statista. Hacer “autostop” en ese país era bastante común, especialmente entre los jóvenes, por lo que aquella familia, al ver a ese chico, no imaginó lo que desencadenaría. Se trataba de William Edward “Billy” Cook Jr. (apodado Cookeyed). Posteriormente el chico inspiraría a una de las bandas más famosas del rock.
Esta ocasión nos adentraremos en la mente de un chico que nació con “mala suerte” y vivió así toda su vida:
Mi mamá murió cuando yo tenía cinco años a causa de tuberculosis. Después de eso, no quedó mucho de lo que se podía llamar familia. Mi papá no supo qué hacer con ocho hijos, así que nos llevó a una mina abandonada. Tratábamos de sobrevivir a pesar de las malas condiciones. Unos días después nos encontraron, a todos los mandaron con familias… menos a mí. La deformidad en mi ojo y el carácter difícil que tenía, hacían que nadie me quisiera; así terminé siendo propiedad del estado.
Viví con una mujer que me cuidaba por el dinero que el gobierno le pagaba. Me volví un problema desde muy joven, me arrestaron por no asistir a la escuela. Le dije al juez que prefería un reformatorio antes que un hogar sustituto. Así a los 10 años, tal como lo pedí, me llevaron a un centro de reinserción; después con tan solo 17 años ya estaba en la penitenciaría, donde agredí a otro interno con un bate.
Salí en 1950, después de un tiempo en Joplin me fui a California a trabajar como lavaplatos. Un día, sin saber muy bien por qué, compré una pistola.
El 30 de diciembre hice autostop. Un mecánico me subió inocentemente; no tardé en robarle, amenazarlo y esconderlo en el maletero, aunque lamentablemente escapó. El coche se quedó sin gasolina, eso me llevó a otra oportunidad.
Una familia completa esta vez: Carl Mosser, su esposa, sus tres hijos y el perro. Los mantuve cautivos durante días conduciendo. Carl intentó defenderse en una gasolinera, pero no pudo. Los maté a todos, incluso al perro. Tiré los cuerpos en una mina, cerca del lugar donde mi papá me había dejado de niño.
Volví a California, dejé el auto lleno de sangre y me escondí. Tomé como rehén a un ayudante del sheriff llamado Homer. Me caía bien su esposa; me había tratado como un ser humano (habíamos trabajado un tiempo juntos). Por eso no lo maté. Pero sí maté a otro: Robert Dewey, un vendedor que intentó quitarme el arma.
Después, crucé la frontera con dos cazadores que también secuestré. En Santa Rosalía un policía mexicano me reconoció. Me quitó el arma y me arrestó.
En Oklahoma me dieron 300 años por los Mosser. En California me condenaron a muerte por Dewey. El 12 de diciembre de 1952 mi vida se esfumó en la cámara de gas.
Dije lo que siempre sentí: “Los odio a todos, y todos me odian a mí.”
“Mala suerte”, así decía mi mano izquierda: Hard Luck.
La foto del chico se hizo famosa, se encontraba impregnada sobre la portada de miles de periódicos, así varios años después, para 1969 su recuerdo llegó a la mente del vocalista de una de las bandas de rock más conocidas:
Tenía quizá ocho o nueve años, pero, recuerdo los titulares y las imágenes de Billy Cook. Me quedé mirando su cara sin entender del todo lo que había hecho. Años después, ya con la banda en el estudio, esa imagen volvió y comenzó a formar parte de nuestra música.
Empecé a crear imágenes de una película, una donde me sintiera Billy Cook haciendo autostop, engañando a familias con una pistola calibre .32.
Incluso decidí hacerle una broma a Michael McClure por teléfono, donde lo engañé diciéndole que había hecho autostop en el desierto y había matado al conductor, sorprendentemente lo creyó.
Fue durante la grabación de nuestro álbum L.A. Woman que me inspiré también en esta historia. Jugueteamos con la canción (Ghost) Riders in the Sky. Robby marcó un trémolo bajo con la guitarra, John fijó un ritmo suave de jazz, Ray creó nuevamente una línea de bajo con la mano izquierda mientras que con la derecha otra de sus introducciones con el teclado, a mí se me ocurrió añadir la letra “killer on the road”. Así nació nuestra canción “Riders on the Storm”.
La lluvia, aunque parece lavar la sangre, no cambiaba nada. La muerte siempre permanece. Ni la tormenta, ni el tiempo pueden alejarnos de nuestro final. Y aunque cerremos los ojos, el asesino sigue en la carretera.