Los Estados Unidos de América tienen en la actualidad un presidente que no es político y mucho menos estadista. Donald Trump es un hombre visceral y pragmático que, por estar pasajeramente en un alto puesto, se considera el rey del mundo. A lo anterior se suma el hecho de que ha sabido amasar, con prácticas nada sanas, una considerable fortuna. En resumen, con el doble poder, el económico y el político reunido por él, es un hombre peligroso para los mismos Estados Unidos y para el mundo.
Si bien el poderío económico de Trump es vitalicio, el poder político no. Podrá convertirse en un acaudalado pero simple ciudadano cuando vengan las elecciones de 2020 y ese será un golpe que le costará mucho trabajo resistir, porque está enamorado del poder político, un poder que se disfruta intensamente pero que se escapa lentamente de las manos a causa de sus cotidianos excesos y errores.
Entre los caprichos de Trump se encuentra, casi en primer lugar, su profundo odio y desprecio por México, el país vecino del sur. Ha iniciado la construcción de un costoso muro (25 mil millones de dólares) entre su país y México, culpando a éste de graves males como el narcotráfico, el crimen organizado, el apoyo al bracerismo no sólo mexicano sino centroamericano. Trump recrimina a México por su atraso y por su pobreza.
Le ha llamado de muchas formas, junto con las otras naciones centroamericanas; países de animales, de criminales y otros calificativos igualmente humillantes. Está sacando de su país a los migrantes que llegan a diario buscando un trabajo que, aunque muy duro, sea bien pagado. En el colmo de su odio contra México ha separado a las familias migrantes, permitiendo que unos, los que puedan ser útiles, se queden, en tanto que sus familiares menores de edad, a veces niños de cuatro o cinco años, han sido enviados a pequeños campos de concentración, separando así a las familias en vez de deportarlas completas.
Pero se advierte en la actitud de Trump hacia México un odio profundo. Y aquí es donde aparecen sus grandes errores. Trump rechaza la idea de que México pueda beneficiarse con la firma de un nuevo tratado de libre comercio para América del Norte. Quiere aprobar sólo lo que beneficia a la economía yanqui y sacar todo aquello, como el armado de automóviles y ciertos precios de productos mexicanos. En resumen, Trump quiere que su país se beneficie al máximo con el TLC pero que al mismo tiempo sea duro contra México, impidiendo que alcance algunas ventajas.
Mientras México no logre salir del subdesarrollo, nunca será un buen vecino de una nación próspera. Lo que conviene a ésta es ayudar a la más atrasada para que no le cause serios problemas.
Si Trump entendiera esto no sería tan injusto con México. Si nuestro país prospera, no sólo se beneficiaría a sí mismo sino también a sus vecinos, porque ya no estará prendido o colgado de ellos, creándoles grandes o pequeñas dificultades.
En resumen, a Estados Unidos le convendría tener un vecino próspero que no le creara problemas a tener a uno que le envía braceros, drogas y otros inconvenientes o peligros. Más ganará Estados Unidos con un vecino próspero que con uno que siempre le causa problemas. Eso es algo en lo que no ha pensado Trump.