El notable investigador inglés del siglo XVIII, Adam Smith, es considerado como el padre de la Economía, una técnica que estudia los movimientos de la producción, el comercio y el dinero, entre otras cosas.
La obra “Causa de la riqueza de las Naciones” lo hizo famoso en todo el mundo. Smith fue un gran defensor de la empresa privada, a la que consideró más eficiente que la empresa pública. Sus teorías fueron tomando fuerza con el tiempo, aunque sin producir grandes efectos.
En el siglo XX, cuando el comunismo, que contemplaba la desaparición de la empresa privada por razas y egoísta, comenzaba a extender y materializar su doctrina por el mundo, se actualizó la doctrina de Smith y se le llamó “neoliberalismo”, que considera que el manejo de la economía mundial debe quedar, casi exclusivamente en manos de grandes empresas privadas, que son las más eficientes. Los gobiernos deben conservarse, pero sólo para guardar el orden y estar al servicio de la economía privada. A eso se le ha llamado “el Estado Gendarme”.
El neoliberalismo alcanzó sus mayores avances teóricos en la Universidad de Chicago, el siglo pasado. Grupos de especialistas en la técnica económica lanzaron sus ideas de entregar “todo el poder para el capital privado”, igual que Lenin, Trotski y otros prohombres de la Revolución Comunista en la URSS.
Los economistas de dicha universidad dieron forma a un plan que consiste en el apoderamiento casi total de la economía en manos de los particulares, dejándole al gobierno ese simple papel de vigilante del orden público.
En su euforia neoliberal, el gurú o cabecilla del grupo de los “Chicago Boys”, Milton Friedman, llegó al grado de acuñar una frase demoledora contra la economía pública: “Si el Estado manejara el desierto del Sahara, muy pronto escasearía la arena”.
Y esto resulta relativamente cierto. No es igual manejar una empresa propia que una empresa oficial que es ajena. Y sí el egoísmo y la codicia del empresario privado, base de la acumulación incontenible del capital, de la que hablaban Marx y Engels, haga crecer sin freno al negocio, aunque generando cada vez mayor pobreza entre el conglomerado social. Y esa es la gran falla que amenaza con provocar un día la rebelión de las masas para acabar con el sueño de los capitalistas, que creen que la riqueza en manos de particulares continuará creciendo sin freno, hasta llegar a niveles como de 85 o 90 por ciento de toda la riqueza mundial.
Pero, por otra parte, hay algo que sigue y seguirá siendo favorable al capital privado y es la inmoralidad, la ineptitud, la corrupción con las que se manejan los negocios de la cosa pública, es decir, del gobierno y de quienes lo manejan.
En la empresa privada hay ese “materialismo” y egoísta” de que habló el 4 de junio de 1961, durante “La Batalla del Siglo en Puebla”, el arzobispo Octaviano Márquez y Toriz.
Para decirlo con más claridad, la empresa privada si es mucho más eficiente que la empresa pública, porque ésta cae siempre en manos de granujas que sólo las toman como un rico botín y acaban por quebrarlas, como ya ha pasado en México con Pemex, Comisión Federal de Electricidad y casi todas las demás.
Lo cual nos lleva a una duda terrible: ¿Es mejor que el agua esté en las manos de empresas privadas, más eficientes, pero casi siempre más egoístas, pero siempre más insaciables encarecedoras de sus productos, lo que también lleva al mayor empobrecimiento de las masas?. Usted dirá.