Horas después del accidente de Tiger Woods en un vecindario de Los Angeles, la frase del sheriff Alex Villanueva resuena en los televisores del país. “Tiene suerte de estar vivo”. También hubo un golpe de fortuna en que ese momento ningún auto circulaba en dirección contraria en Hawthorne Boulevard, la vía rápida de dos carriles que el golfista se cruzó a la salida de una curva en bajada para acabar dando vueltas en un lugar poblado de árboles.
Sin duda, llevar el cinturón de seguridad y la fortaleza del Hyunday Genesis GV80, un tanque de unos 50.000 dólares dotado de 10 airbags, fueron decisivas para que Tiger sólo sufriera lesiones en las piernas, aunque el daño en las extremidades sea grave.
No fueron fracturas limpias de tibia y peroné, lo que prolongará la convalecencia y el periodo de recuperación. El milagro que obró Ben Hogan en 1950 parece ahora mismo muy lejos porque, entre otras cuestiones, el golfista del swing perfecto tenía 37 años cuando su accidente y no tenía el expediente clínico que Woods, 46 años en diciembre, lleva a sus espaldas. Nunca mejor dicho.
Tiger, que llevaba desde diciembre sin dar un golpe después de someterse a una disectomía para recolocar uno de los discos que pinzaba el nervio ciático, tenía esperanzas puestas en regresar antes del Masters de Augusta (8 al 11 de abril), el último grande que ganó en 2019, pero ahora probablemente no se le podrá ver, si consigue volver a jugar, hasta el último cuarto de 2020 y con suerte.
El Riviera Country Club, el campeón que le vio aparecer en el mundo profesional en 1992, cuando con 16 años fue invitado al Nissan Open, es el último que ha pisado en el transcurso de un torneo profesional el pasado domingo, como anfitrión del The Genesis Invitational, el torneo que impulsa su fundación. El golf no es lo mismo sin su figura. Es pronto para conocer si es un hasta pronto o un adiós.
Tiger, que llevaba desde diciembre sin dar un golpe después de someterse a una disectomía para recolocar uno de los discos que pinzaba el nervio ciático, tenía esperanzas puestas en regresar antes del Masters de Augusta (8 al 11 de abril), el último grande que ganó en 2019, pero ahora probablemente no se le podrá ver, si consigue volver a jugar, hasta el último cuarto de 2020 y con suerte.
El Riviera Country Club, el campeón que le vio aparecer en el mundo profesional en 1992, cuando con 16 años fue invitado al Nissan Open, es el último que ha pisado en el transcurso de un torneo profesional el pasado domingo, como anfitrión del The Genesis Invitational, el torneo que impulsa su fundación. El golf no es lo mismo sin su figura. Es pronto para conocer si es un hasta pronto o un adiós.