Epicentro 13:14:40

Diario ABC Puebla

|Por: José Luis Moctezuma|

Taller de Crónica y Memoria Vecinal en Coordinación con Casa de la Cultura Puebla

|Foto: Paco Guasco|

“Lo que me duele es que me quedé solo para contar el cuento; nada más quedo yo de mi familia”. Quien habla es don Graciano Villanueva; la desgracia del sismo del 2017 lo dejó con la vida repleta de grietas en el alma. Con su voz rasposa revive el momento cuando la tierra se sacudió: “Estaba yo sentado en ese sillón cuando sentí el primer jalón, me levanté y abracé fuerte esa virgen de Guadalupe grande, se iba a caer, así empecé a rezar”.
Hace ocho años, Graciano o “Chano La Iguana”, como lo conocen en Atzala y la región cañera, era un hombre correoso, la carne pegada a los huesos, sus manos con las venas saltadas se parecían a las cuarteaduras de las paredes y techos de las casas dañadas en este municipio enclavado en la mixteca poblana. Aquí, con sus 38 grados centígrados, me siento dentro de un horno, hasta cuesta trabajo respirar.
Chano es un hombre de estatura mediana, siempre estuvo acostumbrado a trabajar de sol a sol en los cañaverales de la región. Ese martes se le hizo tarde para llegar a la misa del bautizo de su nieta Elideth, de apenas dos meses de vida, en la iglesia de Santiago Atzala, epicentro de la muerte del 19S. “Vino un familiar y me dijo que se cayó la iglesia y nos fuimos corriendo”, relató.
Para los fieles de la religión católica es muy importante bautizar a los niños desde los primeros meses de vida, marcando el ingreso a la vida religiosa. Es el rito de purificación, por eso en la familia estaban listos para presentar a Elideth ante Dios; en esa misa comenzaría una nueva vida con el Todopoderoso.

El 19 sería un día de fiesta para los Villanueva, por eso se encontraban todos en el templo de Santiago Apóstol que fue construido en el siglo XVII. Néstor Cuautle oficiaba la misa junto al Sacristán Lorenzo Sánchez cuando el terremoto derrumbó el techo y la enorme cúpula. Un bloque de concreto con más de una tonelada de peso cayó sobre doce personas; once eran de la familia Villanueva.
Rápido se supo en el pueblo que entre las víctimas estaba la esposa de Graciano, dos hijas, dos nietos y uno de sus yernos, quienes quedaron sepultados entre los escombros; junto a ellos, veladoras, ramos de flores y trozos de madera recién barnizadas de las bancas de la primera fila.
Todos vimos que después de ese estruendo la tierra se partió justo debajo de sus pies, la loseta quedó como si fuera una larga cordillera que comenzó en la puerta del templo y terminó justo en el altar en una línea perfectamente trazada. Los pobladores cuentan que fue como si desde lo más profundo dos poderosas fuerzas hubieran chocado. Las losetas blancas y negras quedaron dispersas como si hubieran sacudido un tablero de ajedrez.
Los gritos de agonía de una docena de adultos y niños salían debajo de bloques de concreto que eran escuchados en al menos una cuadra a la redonda. ¡Desgarrador!
Todo mundo corrió a ayudar con picos, palas, carretillas; otros pusieron sus manos para remover los pedazos de la cúpula que permanecían sobre los cuerpos tendidos junto a los santos. La imagen era aterradora.
Hay personas que aseguran se sigue escuchando el eco de esas voces. Tal vez los espíritus no han encontrado la paz y el eterno descanso. Los del pueblo dicen que quien pasa caminando por la madrugada sobre calle Reforma y el callejón 5 de Mayo alguna vez le ha tocado escuchar lo que parecen ser lamentos que viajan en el viento. “Son las almas que ahí quedaron”, explica Juan Sánchez, un hombre de 40 años de edad que observa con tristeza los montones de escombros.

CONTANDO HISTORIAS

Desde hace más de 20 años como periodista me he dedicado a contar historias y dar cobertura a las buenas y también trágicas noticias que abundan todos los días en la ciudad de los ángeles. Primero di cobertura al simulacro de sismo, el que cada año conmemora el terremoto del 19 de septiembre de 1985 que dejó más de 10 mil muertos en México.
“Muchas gracias por su participación en este ejercicio, buscamos fortalecer la cultura de la prevención, en estos momentos las brigadas de Protección Civil simularon el rescate de personas atrapadas en un edifico del centro histórico de Puebla”, era la voz de Gustavo Ariza Salvatori, director de Protección Civil quien se dirigía con megáfono en mano a la prensa y a los participantes congregados en el punto de reunión instalado en el zócalo de Puebla. Era un día soleado, parecía normal.
En el pasaje de los portales pega fuerte en el olfato el chile molido, algo dulce pero picoso, ese aroma que se mete hasta el centro del estómago y te hace salivar. En una de las mesitas con manteles blancos un plato de talavera presenta siete pequeñas tortillas perfectamente acomodadas; de las orillas salta a la vista un tono brilloso, más bien grasoso, bañadas con salsa verde, roja, con unos hilitos de carne de res, adornadas con cuadritos de cebolla perfectamente cortados que soltó el cocinero desde las alturas. ¡Qué delicia!

  • Mientras camino entre el zócalo y los portales recuerdo ese himno no oficial de los poblanos:
    Que chula es Puebla, que linda,
    que linda,
    que chula es Puebla.
  • ¿A quién se le ocurrió esa hermosa canción? Bueno, luego lo investigo. Pero de inmediato me respondo: pues seguramente algún pipope enamorado, de esos que dicen ¡ora!, como un sinónimo de sorpresa. Meses después investigué que no fue un poblano, sino un puertorriqueño de nombre Rafael Hernández Marín, mejor conocido en la radio como “El Jilbarito”, quien estuvo en México para producir un programa en la XEW.
    El amor no tiene fronteras y este boricua se casó en Puebla pero se fue con el corazón roto extrañando la hermosa Catedral, el aroma de la calle de los dulces, la fuente de San Miguel, los pisos de laja gris y un buen trago de “La Pasita”.
    El ciclo se cumplió de nuevo. Después del simulacro volvió a temblar a las 13:14 horas con 40 segundos. La tierra volvió a sacudir las entrañas de Puebla, siendo el epicentro el poblado de Pilcaya en el municipio de Chiautla de Tapia. Las alarmas se activaron. Pese a los simulacros el no corro, no grito, no empujo, parte del protocolo, no valió. Adentro del palacio municipal los muros parecían de hule espuma y no de cemento, las paredes crujían y se partían.
  • ¡Presidente, presidente, estamos en vivo, ¿ya tienen un reporte preliminar del sismo?
  • ¡Sí!, van tres muertos. Fue la respuesta a rajatabla del presidente municipal de Puebla, Luis Banck Serrato, mientras se abría paso caminando en la plancha del zócalo entre camillas y paramédicos que atendían heridos del sismo del 19 de septiembre del 2017. El recuento de los daños apenas comenzaba. “Me reportan marquesinas dañadas y una barda que le cayó a un franelero, estamos recorriendo escuelas y hospitales”.
    El político blanquiazul tenía la mirada fija, su parpadeo parecía quieto como un reloj con las manecillas atoradas, pálido como un pambazo, la boca reseca. La ciudad había recibido un poderoso gancho al hígado de 7.1 grados a punto del nocaut.

Las calles repletas de gente eran un caos; los semáforos enloquecieron; no había señal telefónica ni energía eléctrica; las patrullas y ambulancias con sirenas encendidas parecían la llorona desconsolada buscando a sus hijos.
Por un lado mi deber era informar, pero nadie podía decirme sí mis hijos o mi madre estaban bien. La profesión y la preocupación era igual que cargar dos enormes costales con escombros.
El estruendo y el derrumbe de los muros del restaurante Mi Viejo Café, de uno de los portales, lanzó por los balcones una gigantesca nube de polvo. Quienes se resguardaban en el zócalo estallaron en gritos de miedo, impotencia y lágrimas. Puebla la bella parecía una escena de la película del fin del mundo.

TODOS CORRIMOS A AYUDAR

Las grietas del corazón aún no sanan en la familia Villanueva de Atzala. “Apenas iba a empezar la misa cuando se sintió el primer jalón, fue como un primer movimiento”. “Se sintió otro como latigazo, escuchamos un derrumbe y de pronto colapsó el techo con todo y la cúpula del templo sobre la familia de Elideth, fue muy rápido. De pronto todo se cubrió de una nuble de polvo”. Así revive el recuerdo el Sacristán Lorenzo Sánchez, quien sobrevivió junto con el Sacerdote Néstor Cuautle.
Los niños habían quedado bajo los escombros junto con sus padres, nadie sobrevivió. Desde las 13:14:40 que ocurrió el sismo, hasta las casi 9 de la noche no llegó ninguna ayuda de equipos de rescate o paramédicos del gobierno de Puebla. Hombres y mujeres con lámparas, picos, palas y cubetas se turnaban para mover escombro, sacar la tierra y como sea a rescatar los cuerpos; era como un ejercito de hormigas bien sincronizado para sacar todos los cuerpos. Cuatro salvaron su vida; el gobierno no pudo mandar ambulancias, estaban rebasados por la tragedia.

EL SISMO DE LAS TORRES

Cada feligrés tiene su devoción por un santo, al que le confía sus preocupaciones, al que le reza por la salud, al que le consiguió un buen trabajo, al que los salvó del accidente. El sismo no solamente dejó un daño material, el colapso también fue en su estructura espiritual resquebrajando la fe.
Otra escena catastrófica fue ver los bloques de concreto pulverizando la imagen de Santiago Apóstol que mide 2 metros con 32 centímetros de altura en Izúcar de Matamoros. La gente que observó la cúpula colapsada y la figura religiosa en pedacitos se soltó a llorar sin consuelo, parecía una tormenta de lágrimas.
Madres e hijos llegaron con los brazos entrelazados con veladora en mano, se hincaron y entre sollozos rezaban un padre nuestro.
Entre murmullos, caras tristes y voces quebradas se escuchaba: “perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén”. Católicos y protestantes con la mirada curiosa y abriendo paso entre empujones todos querían descubrir con sus propios ojos desde un ventanal a Santiaguito con espada en mano y su caballo destrozados.
Si en Izúcar de Matamoros el templo de Santiago Apóstol hubiera sido el único que se hubiera caído en el 2017, habría sido catastrófico para la fe de los católicos. Prácticamente pedazos enormes de cemento aplastaron y pulverizaron la imagen de Santiaguito y diecinueve templos más”, así lo describió Alfonso Gil Campos, coordinador de cronistas del valle de Izúcar de Matamoros.
En más de cien años no se había registrado un sismo de tal magnitud y daños como el ocurrido el 19 de septiembre del 2017, nosotros lo llamamos “el sismo de Las Torres” porque colapsaron cúpulas y templos como el de Santiago Apóstol de Izúcar de Matamoros y el de Santiago Atzala que dejó doce muertos, relató el cronista mientras trepaba al techo usando como ancla una larga cuerda para observar como una decena de hombres reconstruían la cúpula.
Algo muy particular que ocurrió en los sismos del año 73, 80, 85 y 99, es que todos registraron una intensidad mayor a 7.0 grados de magnitud, siendo lo más triste la pérdida de vidas, los daños como cicatrices siguen en las grietas de edificios arquitectónicos, coloniales, templos del siglo XVI, XVII y edificios de los siglos XVIII y XIX, escuelas y hospitales que frenaron de golpe el desarrollo de comunidades, municipios y entidades.

LOS ALTARES CON ANGELITOS

El 19 de septiembre cambió la vida de todos, aún se siente una profunda tristeza en la casa de los Villanueva, no han sanado las heridas del corazón, narra la señora Agustina Ayala Vielma, tía de los pequeños, víctimas del sismo, con sus manos endurecidas y sobre una escalera coloca un enorme lienzo blanco brillante, unas estrellas de fomi, al centro las fotografías con los rostros de sus sobrinos; con unicel y cinta adhesiva pega las figuras de nube para simular que están cuidando al abuelo desde el cielo. En la casa todo el tiempo parece que se escuchan las sonrisas de los cuatro niños, todos fallecieron.
“Cuando empezó el temblor nos hincamos, cuanto dolor se siente todavía, cuando me levanté casi todos habían salido del templo, todos los de esa familia habían quedado sepultados, narra con sentimiento la señora María Morales, sobreviviente del temblor del 2017.

NADA MAS QUEDO YO

“Nada más quedo yo de mi familia”, dice don Graciano Villanueva, quien perdió a seis integrantes de su familia. Eran tantos los muertos que los nombres de los difuntos debieron ser colocados en una hoja blanca con cinta adherible en los féretros para poder ubicarlos: Carmen, Feliciana, Susana, Samuel, Azucena, Florencio, Fidelia, Aurelia, Manuela, María de Jesús y el ataúd más pequeño era el de Elideth. Aquí estoy contando los muertos, dice Chano, asumiendo la voluntad de Dios.

En el estado de Puebla se registraron 45 víctimas mortales del sismo del 19S, pero en Atzala fallecieron 12 dentro del templo. Era un día de fiesta y terminó en tragedia. “Así es en la vida y la muerte, no existe el antes o el después, pues cuando te toca te toca, aquí lo único que nos quedó es una profunda tristeza”, afirmó Graciano.
El Servicio Sismológico Nacional ubicó al poblado de San Juan Pilcaya en Chiautla de Tapia como el epicentro del sismo del 19 de septiembre del 2017. Pilcaya se ubica a 146. 5 kilómetros de la ciudad de Puebla, a dos horas y 45 minutos de distancia.
Marcos Sánchez Cortés, alias “El Balazo”, me llevó a un costado de la escuela del pueblo, entre el zócalo y la iglesia, justo ahí me señaló hacía el piso. “Cuando vinieron los geólogos de la UNAM me contrataron junto con otros amigos. Trajeron maquinaria, rascamos como un metro y ellos se llevaron muestras para estudio, después regresaron como a los seis meses y nos dijeron que ahí mero fue el epicentro que sacudió a Puebla”.
El profesor Ángel Esteban Clara recuerda que días después del sismo tuvieron la visita del presidente de México, Enrique Peña Nieto, quien en su discurso dijo que a las familias de Pilcaya se les iba a dar prioridad, iban a reconstruir la iglesia, la escuela, 170 casas que tuvieron daño total, la oficina ejidal, la tienda Conasupo; intentamos hablar con el presidente, pero no se nos permitió, nos dijeron que no nos acercáramos porque el señor tenía prisa, recordó.
De vuelta en Atzala pregunto a unos campesinos sí Graciano Villanueva sigue viviendo en la misma casa, me responden que sí.
¿Oiga otra vez ya vienen a preguntar si les dieron indemnización o ayuda?. Ellos mismo responden, pues ya vamos para ocho años y los que fuimos afectados no nos dieron ni madres. Las grietas de la iglesia ya fueron restauradas pero las del corazón no cerrarán jamás.