Su nombre era Melchor Múzquiz, nacido en Coahuila en 1780, y gobernó México durante tan solo cuatro meses en el caótico año de 1832.
La grave corrupción que padecía el país, así como las profundas divisiones internas que derivaban constantemente en conflictos armados, fueron los principales retos de su efímero mandato.
Para salvaguardar el erario de la República, ordenó que los impuestos fueran resguardados en un cuarto cerrado, bajo vigilancia militar permanente. Ni siquiera él podía acceder libremente a esos recursos; su uso era estrictamente controlado y sumamente cuidadoso. La austeridad fue, sin duda, el sello distintivo de su gobierno.
Se cuenta incluso que, para poder pagar a las tropas mexicanas, Múzquiz aportó dinero de su propio bolsillo con el fin de acuñar monedas de cobre destinadas a cubrir los emolumentos castrenses.
A pesar de haber sido gobernador del Estado de México en 1824, su vida personal fue siempre sencilla. Él y su familia vivían —o más bien sobrevivían— con una raquítica pensión militar, muy lejos de cualquier forma de opulencia.
Una de sus decisiones más criticadas fue la imposición de impuestos por cada puerta o ventana que tuvieran las casas. Este decreto llevó a que muchos parroquianos optaran por tapiar las ventanas que daban a la calle, prefiriendo la ausencia de luz solar antes que pagar cantidades consideradas estratosféricas para la época.
Sin embargo, algunos historiadores justifican su actuar, toda vez que el país se encontraba prácticamente en quiebra debido al uso malicioso de los recursos públicos por parte de quienes lo precedieron en el poder.
Murió en la más absoluta pobreza. Tan es así que su viuda tuvo que pedir dinero prestado para comprar el ataúd y cubrir los gastos de su inhumación.
Algunos lo han llamado “el presidente más honesto de la historia de México”. Y aunque en la actualidad —gracias al movimiento transformador que desde hace siete años vive el país— existe otro expresidente al que muchos atribuyen esa misma cualidad de honestidad extrema, quien hoy habita con humildad en una finca de Chiapas, no debe perderse de vista que esa virtud ya había tenido un antecedente claro en nuestra historia nacional.
A veces nos falta memoria histórica para reconocer a quienes gobernaron en tiempos verdaderamente difíciles, y también nos falta sensibilidad para valorar lo que el país ha vivido, tanto en el pasado remoto como en el pasado reciente.
Esta columna entrará en receso con motivo de las festividades decembrinas, reanudando su publicación el día cinco de enero de 2026.
Deseo a todas y todos los lectores un Año Nuevo pletórico de bienaventuranzas en cada aspecto de su vida.
¡Feliz Año Nuevo!
