El Madrid impuso su autoridad y se metió en la final del Mundial de Clubes por la ley del 11. Bale desatascó el duelo y destruyó al Kashima, mucho más frágil que hace dos años, pese a empezar amenazando. No hay nada mejor para recuperar confianza que un triunfo holgado. Los blancos son favoritos para enlazar el tercer título consecutivo. Con el punta galés a tan alto nivel, lo tiene en su mano.
Bale se ganó el cartel de heredero destacando con los ‘spurs’ desde el costado izquierdo. Allí resultaba incontenible, sacando brillo a su pierna buena. Trasciende que el galés prefiere jugar en la derecha para tirar diagonales que habiliten su remate lejano, y bien que le vino con la querencia de Cristiano a jugar también a banda cambiada. Con Solari, Gareth parte de la izquierda, y frente al Kashima fue un arma de destrucción masiva.
No solo anotó el 0-1, un gol de extremo puro. Buscó la pared en horizontal con Marcelo para picar el desmarque y cruzar a la base del poste. Fácil de decir, muy difícil de ejecutar con precisión. Desde el inicio, Bale fue un martirio para el lateral, Nishi, que no le vio. Ni por lo táctico ni por lo físico. Ni de cara ni a la espalda. Le cambiaron al lateral en el descanso y dio lo mismo.
El acierto de Bale refuerza a su entrenador. Solari siempre le banca, y el abrazo tras la sustitución estrecha lazos. Llegaba tocado al Mundial de clubes y destrozó al equipo nipón, tan aplicado como poco imaginativo. También evitó con su triplete que se analice demasiado lo ocurrido antes del minuto 42, un rato largo de fútbol plano. Se sostuvo gracias a Marcos Llorente, otra apuesta personal del técnico. Perfecto en las coberturas y en el sentido táctico del juego. Hizo las faltas precisas para evitar que al Madrid le cogieran la espalda. Y también por Courtois, que en el primer ataque japonés respondió a un tiro cruzado de Serginho, el único, con una manopla extraordinaria. Después taponó un mano a mano de Doi, a la espalda de Marcelo. El belga empuja desde el fondo.
La confianza en el fútbol lo es todo. Toda la lentitud en la circulación de balón se volvió ligereza tras el 0-1. Y al Kashima le ocurrió lo contrario. Nada tienen que ver los nipones con los que obligaron a la prórroga hace dos años. Han perdido verticalidad y un punto de agresividad. Antes de que cayera el segundo Benzema estuvo a punto de poner el lazo a una colada de Bale que sacó bajo los palos el coreano Jung. El central fue la estrella del segundo blanco, al recibir una mala cesión de Sato y, ante el ascoso de Bale, hacer lo peor posible: meterle un pase en profundidad. A la red, con la derecha.
Se puso el partido perfecto para el Madrid desde entonces. Recuperó sensaciones en el juego, aligerando los pies a Kroos, Modric o Marcelo. El brasileño, contenido en el arranque, creció desde la pared del 0-1, un pase extraordinario. También aclaró la jugada del tercero. Tenía tiro, pero optó por abrir a Bale para que firmara su triplete. También aprovechó el entrenador blanco para dar minutos de calidad a sus señalados. No todo le salió bien. Entraron Isco y Asensio, y el balear se resintió de sus problemas musculares a los pocos minutos. Casemiro también sumó sus primeros minutos tras lesión, aunque cuesta imaginarse hoy a un Madrid sin Marcos Llorente.
Pese al tanto de Doi con suspense, al intervenir el VAR para dar carta de legalidad a su remate, no sufrieron los blancos, eficaces y ligeros con el marcador a favor. Final casi perfecto para un partido que nació torcido. Bale lo enderezó a golpe de talento.