*Pocos recuerdan la vieja frase de: Bueno ¿con quién hablo?
Por Raúl Torres Salmerón
En pocos años la vida ha cambiado. La tecnología nos invade y lo nuevo tiene gran peso entre la gente. ¿Y la juventud? Ni se diga. Seguramente no recuerda aquellos viejos aparatos telefónicos de cable, siempre de color negro y luego en color beige o azul claro.
Y ya ni hablar de aquellos teléfonos a los que había que darles cuerda. Ya nada de eso lo recuerdan los jóvenes y menos aún en la época actual de los móviles o los celulares.
Lo anterior viene a cuento por haber releído aquel famoso libro del escritor guanajuatense Jorge Ibargüengoitia (1928-1983), titulado Instrucciones Para Vivir en México.
Jorge, escritor y periodista, era considerado uno de los más agudos e irónicos de la literatura hispanoamericana y un crítico mordaz de la realidad social y política de México.
En el libro se concentra una selección de los artículos que Jorge Ibargüengoitia escribió para el periódico Excélsior de 1969 a 1976. Este material explora el aspecto sentimental e irónico, en palabras de Guillermo Sheridan, de la vida en un país como México.
A continuación, su escrito llamado ¿Con quién hablo? Aventuras Telefónicas, publicado en el diario Excélsior el 15 de mayo de 1970. Ojalá lo disfrute el lector.
Desde hace seis meses soy el orgulloso poseedor de un teléfono. Sin embargo, no vaya a pensarse que considero que esta circunstancia es una bendición completa, porque tiene sus bemoles.
En primer lugar hay que advertir que en los treinta años que pasé sin teléfono el arte de hablar por el mismo, es decir, lo que podría llamarse modales telefónicos, se ha deteriorado de una manera espeluznante. Estamos en plena anarquía.
En mi niñez había una fórmula para empezar una conversación, aceptada y puesta en práctica por todos los usuarios, tanto del sistema Ericsson, como del Mexicana, que consistía en tres pasos fundamentales: 1) ¿Bueno? 2) ¿Con quién hablo? 3) La casa del señor Fulano de tal. Dados estos tres pasos, el diálogo que venía a continuación era ad libitum. Todo dentro de una gran cortesía. Podía uno decir, por ejemplo:
-Tenga usted la bondad de decirle al joven Zutano que se ponga al aparato.
Es mala construcción, pero se entiende y nadie queda ni ofendido ni confuso. Ahora todo ha cambiado. Llegaron muchos extranjeros e importaron nuevas fórmulas, las amas de casa cambian de criada con tanta frecuencia que no les da tiempo de enseñarles a contestar, la elevación de los niveles vida ha puesto el teléfono al alcance de las clases populares, las cuales, a pesar de haber progresado en lo económico no han mejorado en su instrucción, por lo que, vez de marcar el 525-48-06, marcan el 543-22-37, etcétera. Pero lo esencial es que la gente tiene menos tiempo disponible, peor humor y más desconfianza.
¿Qué cosa más cortante, por ejemplo, que la fórmula ésta de descolgar el teléfono y ordenar: ¿Diga?? ¿Cómo diga? ¿Diga qué cosa, si no sé a dónde estoy hablando? Y si pregunto a dónde estoy hablando me contestan 548-38-32, lo cual es una estupidez, porque ése es precisamente el número que estoy marcando. Lo que quiero saber es si el número que marqué corresponde al del teléfono del lugar a donde quiero hablar. Tengo la impresión de que el que contesta diga, en vez de bueno, tiene la intención de desconcertar al interlocutor y el que dice su número de teléfono en vez de su nombre tiene la intención de ocultar su identidad. Pero esto no es nada.
Ya que me dijeron que diga y me dieron el número que marqué, me preguntan:
-¿Con quién desea usted hablar?
-¿Cómo que con quién deseo hablar? Este es un interrogatorio de comisaría.
Depende de a dónde estoy hablando. Si estoy hablando a un lugar a donde no quiero hablar, no quiero hablar con nadie. Por otra parte, si el receptor está tratando de ocultar su identidad, como lo demuestra el hecho de que me dé el número de teléfono en vez de decirme su nombre, ¿por qué me pregunta con quién quiero hablar? ¿Por Qué cree que yo le voy a hacer una confidencia?
Otro obstáculo para la comunicación telefónica es el niño sociable, quien apenas suena el teléfono corre a contestar.
-Háblale a tu papá, niño.
-¿Quién eres? —pregunta el niño.
Hay quien aconseja que lo mejor en estos casos es contestar: ¡Soy Dios! y colgar inmediatamente, antes de que nos caiga un rayo.
Pero además de la multitud de tarados que andan queriendo hablar por teléfono sin saber de números, de los teléfonos reacios que se niegan a interpretar las señales que les da el disco, de los que contestan el teléfono queriendo conservar el incógnito, de las sirvientas que no saben cómo se llama la patrona y de los niños sociables, está la Compañía de Teléfonos, que tiene la costumbre de cambiar, de vez en cuando, los números de ciertos teléfonos.
El que me dieron a mí, al instalarme el aparato, es el que antiguamente correspondía al teléfono de una familia de catorce personas que además tiene en la casa un taller en donde trabajan seis operarios. La señorita Esquivel, su hermano y el maestro Jurado también recibían llamadas en ese teléfono. Lo mismo ocurría con una señora llamada Conchita la del 5 y con otra tal Leonor que vive a la vuelta. Por si fuera poco, una señora que puso en venta un terreno en la colonia Juan Escutia tuvo la ocurrencia de escribir el número de mi teléfono en la barda del solar.
Como durante la primera semana de tener teléfono recibí ciento cuarenta y cinco llamadas equivocadas, averigüé el nuevo número del de la familia de catorce personas, y cada vez que alguien llama a mi casa queriendo en realidad hablar con alguno de los veinticinco afectados yo contesto:
-Les cambiaron el número de teléfono, llame al…
Lo malo es que el que está del otro lado de la línea apunta este número en un papelito y después lo pierde. Así que ahora soy el señor que da el nuevo número de teléfono. Cada vez que alguien quiere hablar con alguno de esos veinticinco, me llama a mí primero.
En fin, como escribió Alfonsina Storni (Argentina, 1892-1938), en su poema Voy a Dormir:
Déjame sola: oyes romper los brotes…
Te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases
para que olvides… Gracias. Ah, un encargo:
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido…
raultorress@hotmail.com