El último té

Diario ABC Puebla

En la pluma de: Valentina Ramírez

Cuando me enteré de aquel líquido inoloro, incoloro y de sabor dulce, supe que era la respuesta que siempre había querido encontrar, sobre todo cuando resultó ser tóxico para el consumo humano. Yo lo llamaba “té dulce”.

Mi muerte terminó de la misma manera en que nací abandonada. Pues mis padres biológicos me dejaron sola, hasta que fui adoptada pero, no tuve mucho tiempo de estabilidad. Mis padres adoptivos solían discutir hasta el punto de llegar al divorcio, fueron momentos complicados que cambiaron mi niñez y posteriormente mi adolescencia.

Me convertí en una estudiante desinteresada sin ánimo ni emoción, lo que me llevó a un camino equivocado con malas compañías. Las drogas se convirtieron en algo cotidiano, no podía pasar un día sin ellas. Mi adicción me llevó a ser internada en una clínica de rehabilitación en Atlanta.

Mis deseos aparentaban una lejanía improbable, ser policía estaba a millas de distancia. Cuando cumplí veinte años entré a trabajar como telefonista en el 911. Pensé que mi futuro había cambiado, que me acercaba a mi anhelo. Esos años me habían mantenido con una gran esperanza, incluso había días en que buscaba todo tipo de información y exámenes para poder lograrlo.

Otro golpe llegó cuando recibí aquella noticia, no había logrado pasar el examen psicológico. Al menos en mi trabajo como telefonista del 911 me reunía con los policías, ahí conocí a mi primera víctima.

Su nombre era Maurice Glenn Turner, nos declaramos amor y nos casamos en 1993. No había suficiente dinero, así que Glenn llegó a trabajar hasta siete días a la semana cuando dejé mi trabajo. Me gustaban los lujos y él era apenas capaz de dármelos. En ese momento logré quedar como beneficiaria de su seguro policial, que ascendía a 150 mil dólares.

Ya estaba a mi nombre, lo siguiente era encontrar el momento perfecto para ofrecer mi “té dulce”. Era febrero de 1995 cuando se enfermó, no dudé en fingir preocupación para cuidarlo en casa, la muerte ocurrió tres días después. El certificado de defunción declaró aquel suceso como un infarto.

Engañar nunca se me había hecho tan fácil como en su velorio, la tristeza parecía ser la única emoción que me embargaba.

Poco después me esperaba una casa en el condado de Forsyth, comprada con parte de los ciento cincuenta mil dólares. Ahí mismo conocí a la siguiente víctima: Randy Thompson.

Desde inicios de 1993 hasta finales de 1998 tuve 2 hijos con él, incluso un departamento juntos. Hasta que las cosas se empezaron a poner tensas entre nosotros, Thompson decidió vivir en otro apartamento. Aún así solíamos salir juntos, una de esas noches en su departamento, después de una velada de vino y música, él comenzó con mareos e insoportables dolores de cabeza.

Randy no mejoraba, los vómitos no cesaron y el dolor aprisionó su cuerpo. Ya sabía cómo actuar, anteriormente disfracé aquel líquido en mi “té dulce”. Su último té.

Falleció en la noche, mientras yo cuidaba a mis hijos. Al día siguiente recibí otro certificado de muerte con los mismos detalles que mi anterior pareja.

Lo siguiente fue mi arresto, el culpable fue el periódico. La primera en enterarse fue la señora Kathryn Turner cuando leyó el anunció fúnebre de Thompson. No le era difícil encontrar la “casualidad” de la muerte. A su hijo le ocurrió lo mismo años antes.

La pena fue de muerte, pero, tras varias apelaciones fue cambiada a cadena perpetua sin libertad condicional.

Morí abandonada y envenenada por mano propia.

El último té

Valentina Ramírez

Cuando me enteré de aquel líquido inoloro, incoloro y de sabor dulce, supe que era la respuesta que siempre había querido encontrar, sobre todo cuando resultó ser tóxico para el consumo humano. Yo lo llamaba “té dulce”.

Mi muerte terminó de la misma manera en que nací abandonada. Pues mis padres biológicos me dejaron sola, hasta que fui adoptada pero, no tuve mucho tiempo de estabilidad. Mis padres adoptivos solían discutir hasta el punto de llegar al divorcio, fueron momentos complicados que cambiaron mi niñez y posteriormente mi adolescencia.

Me convertí en una estudiante desinteresada sin ánimo ni emoción, lo que me llevó a un camino equivocado con malas compañías. Las drogas se convirtieron en algo cotidiano, no podía pasar un día sin ellas. Mi adicción me llevó a ser internada en una clínica de rehabilitación en Atlanta.

Mis deseos aparentaban una lejanía improbable, ser policía estaba a millas de distancia. Cuando cumplí veinte años entré a trabajar como telefonista en el 911. Pensé que mi futuro había cambiado, que me acercaba a mi anhelo. Esos años me habían mantenido con una gran esperanza, incluso había días en que buscaba todo tipo de información y exámenes para poder lograrlo.

Otro golpe llegó cuando recibí aquella noticia, no había logrado pasar el examen psicológico. Al menos en mi trabajo como telefonista del 911 me reunía con los policías, ahí conocí a mi primera víctima.

Su nombre era Maurice Glenn Turner, nos declaramos amor y nos casamos en 1993. No había suficiente dinero, así que Glenn llegó a trabajar hasta siete días a la semana cuando dejé mi trabajo. Me gustaban los lujos y él era apenas capaz de dármelos. En ese momento logré quedar como beneficiaria de su seguro policial, que ascendía a 150 mil dólares.

Ya estaba a mi nombre, lo siguiente era encontrar el momento perfecto para ofrecer mi “té dulce”. Era febrero de 1995 cuando se enfermó, no dudé en fingir preocupación para cuidarlo en casa, la muerte ocurrió tres días después. El certificado de defunción declaró aquel suceso como un infarto.

Engañar nunca se me había hecho tan fácil como en su velorio, la tristeza parecía ser la única emoción que me embargaba.

Poco después me esperaba una casa en el condado de Forsyth, comprada con parte de los ciento cincuenta mil dólares. Ahí mismo conocí a la siguiente víctima: Randy Thompson.

Desde inicios de 1993 hasta finales de 1998 tuve 2 hijos con él, incluso un departamento juntos. Hasta que las cosas se empezaron a poner tensas entre nosotros, Thompson decidió vivir en otro apartamento. Aún así solíamos salir juntos, una de esas noches en su departamento, después de una velada de vino y música, él comenzó con mareos e insoportables dolores de cabeza.

Randy no mejoraba, los vómitos no cesaron y el dolor aprisionó su cuerpo. Ya sabía cómo actuar, anteriormente disfracé aquel líquido en mi “té dulce”. Su último té.

Falleció en la noche, mientras yo cuidaba a mis hijos. Al día siguiente recibí otro certificado de muerte con los mismos detalles que mi anterior pareja.

Lo siguiente fue mi arresto, el culpable fue el periódico. La primera en enterarse fue la señora Kathryn Turner cuando leyó el anunció fúnebre de Thompson. No le era difícil encontrar la “casualidad” de la muerte. A su hijo le ocurrió lo mismo años antes.

La pena fue de muerte, pero, tras varias apelaciones fue cambiada a cadena perpetua sin libertad condicional.

Morí abandonada y envenenada por mano propia.

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