Era un viernes 3 de diciembre de 1926, aproximadamente las 10 de la noche, cuando decidí irme en mi coche Morris Cowley. Acompañada por una foto de mi hija, una maleta, mis pensamientos y el peso de los últimos días. Conduje hacia Newland’s Corner.
Me encontraba en el peor momento de mi vida. Una amiga cercana se había marchado y mi esposo acababa de confesarme que se había enamorado de una mujer más joven, para después pedirme el divorcio.
Mientras manejaba no quería pensar en nada más, intentaba alejarme del mundo, de la escritura que tanto amaba, incluso de mi hija. Me sentía sola, sin nadie que me entendiera. No encontraba motivación. Por esos días sufría graves dolores de cabeza, nunca parecían calmarse; al igual que mis pensamientos que se habían convertido en un terror constante. No me apetecía comer. Vivía una terrible depresión.
Era una combinación extraña entre no sentir nada y al mismo tiempo sentir todo. Ya no disfrutaba la escritura en la que me había refugiado desde joven, en ese entonces yo escribía poemas. Después di vida a mis detectives favoritos, apenas había escrito unos cinco libros y el sexto había empezado a generar fama “El asesinato de Roger Ackgroyd”. Mis novelas y sus personajes estaban formando parte de mi vida pero, ahora quería dejarla o al menos quería cambiarla.
Mientras todos esos pensamientos me atormentaban llegué a un hotel donde me registré con el apellido de la amante de mi esposo “Neele”. Por supuesto que estaba molesta, me sentía traicionada por el hombre que creía que me amaba. Ese año había sido difícil, la muerte de mi madre había dejado un vacío. Y Archie, mi aún esposo, no había sido un soporte, yo ya sospechaba que era infiel pero, no sabía cómo actuar hasta que él lo mencionó
Entonces había tomado una decisión. La salida, no la tenía muy bien planeada pero, si iba a hacerlo sería con veneno. Quizá con una dosis de 50 mg de estricnina, sería suficiente para matar a una persona. El mismo veneno con el que falleció la primera víctima en los casos de Hércules Poirot.
Durante la estancia en el hotel leía los periódicos de mi búsqueda: “Misterio sobre la desaparición de la novelista”. En ese momento no reconocí a la mujer de las primeras planas, era una completa desconocida. No creía que en algún momento yo era aquella mujer. Aquella a la que unos 15,000 ciudadanos voluntarios se unieron con 500 policías para buscarla pero, no solo ellos lo hacían. Yo también me buscaba, estaba perdida.
Yo, sería una escritora con una importante trayectoria tanto en mis escritos como en mi vida. No podía abandonar algo en lo que había puesto tanto esfuerzo, no me lo permitiría. Me di cuenta de que no quería desaparecer, que en ese instante yo me llamaba Agatha Mary Clarissa Miller. Era irónico haberme encontrado entre las páginas del periódico. Sí, así fue, me encontré en mi ausencia.
Miré la foto de mi hija recordando el dolor por el que había pasado al perder a mi madre. Sabía que no podía dejarla sola, mucho menos por decisión propia.
En el transcurso de 11 días había muerto para el mundo y en parte para mí. Vi como mi vida acabaría, simplemente como la novelista que había tomado una mala decisión. Necesitaba una manera de encubrir el error que pensaba cometer.
Tenía que armar un plan, algo parecido al escribir mis libros de misterio. Pasé horas pensando pero, no encontraba la mejor manera. Elegí una simple idea, cuando me encontraran aparentaría amnesia.
Y así llegó el 15 de diciembre, me encontraron en el Hotel Swan Hydropathic de Harrogate donde fingí no recordar nada para regresar al mundo de los vivos y también de los muertos, investigando casos criminales de la mano de Poirot, Miss Marple, así como la pareja conformada por Tommy y Tuppence Beresford. Convirtiéndome en la escritora de títulos más vendidos después de la Biblia y Shakespeare.
En esta entrega, les comparto mi versión sobre una de las teorías de la enigmática desaparición de la llamada “Reina del Misterio”.