*Conflicto estudiantil del 68.
Siempre que viene al caso recuerdo una frase de Guillermo Valenzuela, un político que fue secretario de gobernación en el gobierno de Alvaro Obregón y ocupó otros puestos con Plutarco Elías Calles.
Hombre inteligente y preparado narra en el libro de memorias todas las experiencias que tuvo a su paso por la política nacional y entre sus conclusiones figura esta: “Una de las grandes sabidurías que se recogen es la siguiente: No hay que dejar crecer los problemas”.
Y esto algo indiscutible. El conflicto estudiantil de 1968 pudo haberse detenido a tiempo con medidas rápidas y certeras. Pero como el presidente Díaz Ordaz se encontraba enfermo en la ciudad de Guadalajara, nadie tomó esas medidas aunque si otras muy desacertadas, por su cuenta. Como atacar los talleres de imprenta donde se editaba el periódico del Partido Comunista “La Voz de México”, golpear estudiantes y disparar un bazucazo contra la Escuela Nacional Preparatoria, lo que hizo crecer la agitación estudiantil contra el gobierno. Estos errores, o tal vez intervenciones erróneas con el claro propósito de hacer crecer el descontento estudiantil, como una forma de comenzar a manipular en su provecho la elección presidencial de 1970, que ya estaba muy cerca.
En estos momentos tan complicados, donde México tiene dos presidentes a la vez, uno despidiéndose y otro comenzando a gobernar, podría darse el caso de que alguien, con fines políticos, comience a echar “gasolina al fuego” para crear algún pequeño o grande incendio que pudiera hacer crecer el descontento universitario por la agresión de principios de este mes, perpetrada por grupos porriles en contra de la mayoría de estudiantes.
Pero, a la vez, lo que se está perfilando ahora en la UNAM con este motivo, no es resultado de una inquietud reciente, motivada por la citada agresión consumada por los porros, sino un brote violento de una situación que lleva ya muchos, muchísimos años sin ser atendida.
El que esto escribe recuerda que allá por las décadas de los 60 y de los 70 del siglo pasado, y trabaja como corresponsal en Puebla del Diario Excélsior, escuchaba a los reporteros del entonces periódico de la vida nacional, cómo comentaban entre ellos las bestialidades que cometían los pandilleros llamados porros que, en actos de terrorismo, golpeaban a los maestros, violaban a las alumnas a veces en forma tumultuaria, robaban, traficaban con drogas, falsificaban boletas de exámenes y otras cosas terribles, sin que la rectoría o alguna autoridad de gobierno tomara medidas drásticas para acabar con el porrismo.
Esa actitud tan precavida de todo tipo de autoridades, de dejar el auditorio de la UNAM en manos de los porros, así como de permitir que las pandillas de no universitarios, pues se trata de individuos que no estudian y ni siquiera están inscritos, se vayan apoderando paulatinamente de una de las principales casas de estudios del continente americano.
Si se hubiera comenzado a combatir esta actividad delictuosa desde hace 60 o70 años, la UNAM vivirá en un estado de tranquilidad y no como sucede desde que se fundó la Ciudad Universitaria, por el gobierno de Miguel Alemán Valdez, allá por los años 50.
De manera pues, se dejó crecer y crecer a estas repugnantes banas y ahora no saben qué hacer con ellas. Veremos cómo le va al siguiente gobierno, que ya ha anunciado que “no permitirá el porrismo”. Ojalá que todavía sea tiempo de derrotarlo.