“¿Ese diputado de Morena está con los empresarios o con los obreros?”, preguntó alguien con ironía.
La verdad es que, a primera vista, las palabras del diputado federal Pedro Haces podrían parecer ambiguas. Sin embargo, no es un discurso ni simplista ni vacío de fondo. Y aquí va una explicación.
La iniciativa de reducción de la jornada laboral de 48 a 40 horas semanales, presentada por la diputada Susana Prieto Terrazas en abril de 2022, es un cambio que puede transformar la vida de los trabajadores mexicanos. No se trata solo de ajustar números en un papel, sino de replantear qué significa trabajar de forma eficiente y justa en un país donde la mayoría sobrevive al día.
Pedro Haces, líder de la CATEM, lo expresó con crudeza: “La gente quiere ganar más, no descansar más”. Argumentó que muchos trabajadores jóvenes prefieren jornadas de 12 o 15 horas para ganar más, y advirtió que reducir las horas podría generar inflación, ya que las empresas no podrían absorber los costos de horas extra sin afectar la productividad. Suena razonable, pero es un tema que merece ser desglosado con calma.
Primero, pongamos las cosas en contexto. Sí, hay que ser cautos, pero no podemos ignorar una realidad brillante: los salarios en México no alcanzan para una vida digna. Los trabajadores buscan algo más que sobrevivir: aspiran a tener una casa, acceso a salud, educación, y sí, dinero extra para disfrutar de la vida, aunque sea con un poco de cine o ropa nueva.
El mexicano promedio vive al día. Se buscan segundas chambas, se venden productos por catálogo, se piden préstamos o se organizan tandas. Porque, de una manera u otra, se necesita más ingreso para llegar a fin de mes. Así que, ¿de qué estamos hablando cuando decimos que “la gente quiere trabajar más”? ¿Es por gusto o por necesidad?
Ahora, comparemos. En países como Francia, la jornada es de 35 horas; en Alemania, de 36 a 40 horas. En Islandia, tras reducir la semana laboral a 35-36 horas en 2019, se observó algo sorprendente: los trabajadores eran más felices, menos estresados y, lo mejor de todo, la productividad aumentó. Si ellos pueden hacerlo, ¿por qué no nosotros?
La propuesta en México debe contemplar una reducción de horas sin afectar los salarios. Para que eso suceda, debemos repensar cómo trabajamos. Las famosas “horas nalga”, en las que el empleado está solo por cumplir tiempo sin ser productivo, son una realidad en muchos sectores. Y sabemos que hay horas muertas hasta en los trabajos más demandantes. Entonces, si un obrero, maestro, empleado de gobierno, o incluso un legislador, sabe que debe cumplir con una meta en menos tiempo, lo hará. Así somos los mexicanos, nos las ingeniamos para salir adelante.
La experiencia internacional nos muestra que una reducción de horas no implica necesariamente una baja en la productividad. Al contrario, menos horas pueden reducir el estrés y mejorar la salud mental y física de los trabajadores, permitiéndoles pasar más tiempo con sus familias.
Por supuesto, algunas empresas han expresado su preocupación sobre los posibles aumentos en costos. Pero, la realidad es que si los empleados están más descansados y satisfechos, la rotación de personal disminuye y se reducen los gastos en contratación y capacitación. Así que, a largo plazo, la inversión en optimización de procesos y tecnologías podría compensar esos costos.
Al final, Pedro Haces tiene razón en algo: se necesita un equilibrio. La transición a un esquema de 40 horas debe ser cuidadosa y bien planificada, para no perjudicar ni a las empresas ni a los trabajadores. Pero, si lo hacemos bien, México podría entrar en una nueva etapa de trabajo digno, productivo y justo.
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