Aromas tentadores, conversaciones animadas y banquetes opulentos eran algunas de las claves de las “navidades” antiguas romanas.
Las calles de Roma rebosan de alegría y algarabía, la ciudad se transforma en un escenario de bullicio en donde se desafían las normas establecidas y se celebra la libertad temporal. La gente, sin distinción de clases sociales, se une a una fiesta de diversión colectiva.
Las calles adoquinadas se llenan con aromas tentadores, los ciudadanos se congregan en foros y plazas, en donde las mesas están repletas de manjares. El clamor de la música y la risa resuena en cada esquina, acompañados por cánticos y danzas. Los niños juegan sin preocupaciones, los mercaderes regalan presentes y la amistad está presente en cada intercambio de obsequios. Han comenzado la Saturnales romanas.
Exuberancia gastronómica sin límites
Esta celebración se hacía en honor a Saturno, el dios del tiempo, de la agricultura y las cosas sobrenaturales, y se caracterizó por una relajación del orden social y una atmósfera de carnaval.
Y es que a pesar de que en la antigua Roma la celebración de la Navidad, tal y como nosotros la conocemos no existía, los romanos celebraban unas fiestas en honor a Saturno entre los días 17 y 23 de diciembre, aproximadamente. A continuación, el 25 de diciembre, celebraban el nacimiento del sol invicto o no conquistado (Natalis Solis Invicti).
Las fiestas comenzaban con un sacrificio en el templo de Saturno, a lo que seguía un banquete público al que todo el mundo estaba invitado y en donde se saludaba al dios al grito triunfal: “Io Saturnalia”.
Durante estas fiestas se llevaban a cabo banquetes y festines, al tiempo que el vino corría en abundancia. Es importante destacar que, aunque haya ciertas similitudes en la idea de fiesta y la época del año, la comida que disfrutaban los romanos no se parece en nada a la que consumimos en nuestras celebraciones actuales.
Las carnes asadas eran el centro de la mesa, desde el cordero hasta el cerdo y la res, sazonadas con hierbas aromáticas y especias exóticas. Se acompañaban de platos con carne de aves, como los faisanes, las gallinas y los patos, que se cocinaban con esmero y que eran presentadas con guarniciones de frutas y frutos secos. Los pescados frescos y mariscos, procedentes del mar, también formaban parte de los festines.
Además, los romanos deleitaban sus paladares con deliciosos postres elaborados con miel, frutas secas, nueces y almendras, creando pasteles y golosinas que endulzaban los momentos de celebración. Las uvas, los higos, las granadas y las manzanas eran algunas de las frutas más apreciadas.
También tenían su “lotería”
Los juegos de azar estaban prohibidos por Ley en Roma, tan solo se permitía jugar en tiempo de Saturnales. El más popular de todos los juegos era el de los dados, al tiempo que era al que más se podía apostar.
El juego de los dados, además, tenía dos vertientes, por una parte, estaba la oficial, el juego organizado por las autoridades, y por otra la particular, más íntima que se celebraba en casa con la familia o con los amigos.
Otro juego típico de esa época del año era el de gladiadores, en el cual se tiraban bolas al público que llevaban dentro regalos y que podían ser desde algunas monedas hasta una casa. Este acontecimiento estaba en estrecha relación con Fortuna, la diosa romana de la felicidad y la abundancia.
Además de los festines los romanos celebraban intercambios de roles (los esclavos podían vestirse con ropas de sus amos y se les permitía participar en las festividades de manera más igualitaria), se celebraban procesiones, juegos, representaciones teatrales y actividades de entretenimiento en calles y plazas, al tiempo que se intercambiaban regalos simbólicos, como velas, gorros o pantuflas de lana.